domingo, 28 de febrero de 2010

Derecho a matar

Ignacio Sánchez Cámara escribe en "La Gaceta":

Al decir “todos” y no “toda persona”, la Carta Magna pretende incluir al no nacido. Estamos ante el mayor despropósito legislativo de la democracia. Si la madre decide si tiene el hijo o acaba con él, bien podemos decir que, ahora, nadie tiene en España derecho a la vida. La vida es una arbitraria concesión materna.

Se ha consumado la aprobación de una ley inicua, quizá el más grave error jurídico de la democracia. Mientras, el presidente del Gobierno proclamaba en la ONU, a propósito de la pena de muerte, que nadie tiene derecho a quitar la vida a un ser humano. A menos, al parecer, que aún no haya nacido. Lo que era un delito es ahora un derecho. A pesar de que se intentó negar la realidad, el artículo 18 lo configura como un derecho de la mujer. No se trata de una mera despenalización, sino de su configuración como derecho; esto es, como algo que puede ser legítimamente exigido de los poderes públicos.

El Senado, por una exigua mayoría y con el apoyo del PNV y la mitad de los senadores de CiU, ha consumado la aprobación de una ley inicua, quizá el más grave error jurídico de la democracia. Bajo el ropaje vergonzante de la regulación de la “salud sexual y reproductiva de la mujer”, la ley convierte lo que hasta ahora había sido en nuestro ordenamiento jurídico un delito, en un derecho de la mujer. Mientras, el presidente del Gobierno proclamaba en la ONU, a propósito de la pena de muerte, que nadie tiene derecho a quitar la vida a un ser humano. A menos, al parecer, que aún no haya nacido.

La ley, que entrará en vigor dentro de cuatro meses, entraña una transformación radical de nuestro derecho y de la concepción sobre la dignidad de la vida humana. Lo que era un delito es ahora un derecho. A pesar de que se intentó negar la realidad, el artículo 18 lo configura como un derecho de la mujer. No se trata de una mera despenalización, sino de su configuración como derecho; esto es, como algo que puede ser legítimamente exigido de los poderes públicos; es decir, no algo meramente lícito, sino exigible con la fuerza del derecho. No es que se despenalice matar en ciertos casos; es que se proclama como derecho. Hay un derecho a matar.

El texto aprobado es, si no me equivoco, inconstitucional. El artículo 15 de la Constitución establece que “todos tienen derecho a la vida”. Y al decir “todos” –y no “toda persona”– se pretendía incluir inequívocamente al no nacido. Además, el TC, aunque declaró que el feto no es titular del derecho a la vida, estableció que era un bien digno de protección jurídica. Una ley de plazos es incompatible con esta consideración del embrión. En las primeras catorce semanas de gestación, el aborto es un derecho que se ejerce sin necesidad de alegar ningún supuesto. ¿Dónde queda la protección jurídica? Por lo demás, el aborto es libre hasta la semana vigesimosegunda, pues basta con alegar riesgo para la salud de la madre. Argumentar que la formación del consentimiento de la mujer garantiza la protección, sólo añade cinismo al mal. Además, el nuevo texto prevé que la mujer que declare su decisión de abortar sea informada de la forma y lugar para hacerlo, y sólo después –y en sobre cerrado–, se le informa de las ayudas, en caso de que decida seguir con el embarazo. En Alemania, que tiene una ley de plazos, la información a la mujer persigue, por imperativo legal, que ésta continúe con la gestación. Justo lo contrario que en el caso español.

También reviste una extrema gravedad el aspecto educativo. Con la nueva ley, el aborto se concebirá como una realidad normal en los planes de estudios, y su técnica pasará a formar parte de la formación de los profesionales de la sanidad. Habrá que enterrar, junto a Montesquieu, también a Hipócrates. Las menores de 16 y 17 años podrán abortar con sólo notificarlo a uno de sus padres o tutores, salvo que aleguen eventuales situaciones de violencia. Es decir, quienes no pueden comprar tabaco o consumir una cerveza en un local público, pueden abortar libremente. Aunque la ley prevé la objeción de conciencia de los médicos y enfermeros, prevalece sobre ese derecho el de la mujer a abortar.

Es tan inicua la nueva regulación que sus defensores se acogen a la mentira del eufemismo. La ley no regula el aborto, sino la salud sexual de la mujer. El aborto se encubre bajo la expresión “interrupción voluntaria del embarazo”. Extraña interrupción ésta que carece de posible continuación. Por eso se resisten a la exhibición de la realidad del embrión eliminado. Necesitan la invisibilidad del embrión para acallar su mala conciencia. También resulta invisible la paternidad. Es cosa de la mujer. El varón está de más. Eso sí, si la mujer decide no interrumpir el embarazo –es decir, no matar a su hijo antes de nacer–, entonces puede exigir la responsabilidad al padre, incluida la prueba de paternidad. La desprotección de la mujer es clamorosa. Toda la ley es una invitación al aborto. Desaparecen las alternativas, a pesar de las demandas de adopción, y las ayudas, que intentan convencer a la mujer de que tenga a su hijo. Claro que las invocaciones de los partidarios de la ley al drama son muy hipócritas, pues ¿qué drama puede haber en el ejercicio de un derecho?

Estamos ante el mayor despropósito legislativo de la democracia. Julián Marías dijo que la aceptación social del aborto, junto al consumo de drogas, era el mayor error moral del siglo XX. Si la madre decide si tiene el hijo o acaba con él, bien podemos decir que, ahora, nadie tiene en España derecho a la vida. La vida es una arbitraria concesión materna.

martes, 23 de febrero de 2010

La pregunta por el mal

José María Riera Munné traduce libremente, pero fiel a las ideas, el artículo de Bruno Forte
"Il Livello Bruno Forte", Verità e libertà tra teologia e filosofia

Jn 8, 31-32: Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.»

Le gustaba repetir a Kierkegaard que el teólogo (el cristiano que quiere serlo, podemos decir también) es tal porque otro ha muerto crucificado por él. Por tanto, es en la escuela del Crucificado donde nosotros deberemos entender qué es la verdad y en que sentido se nos dice que esta verdad nos hace libres.

Es una verdadera afrenta el razonamiento de Dostoevskij: Si Dios existe, es insoportable el infinito dolor del mundo. Ya que el infinito dolor del mundo es insoportable, Dios existe. Por otra parte, si realmente existe Dios, este infinito dolor del mundo prueba la imposibilidad de que se trate de un Dios bueno. Si existe el mal, ¿cómo puede existir un Dios? Pero el mal existe y cada día hiere el alma de quien solamente quiere pensar: por tanto no puede haber Dios. Ante esta lógica sólo cabe cambiar de registro, ya que sino quedaremos prisioneros de un Dios euclídeo, del Dios que coloca en su lugar todas las cosas, que responde a todas las preguntas, y no curaremos de la herida del alma, del alma herida por el mal. Todo verdadero conocimiento de Dios, nace de la obediencia, de escuchar lo que hay en el silencio abisal, aquel dolor inmenso, aquel obedecer insoportable.

"Ti esti aletheia?" (¿Qués es la verdad?). A esta pregunta de Pilato, el prisionero responde sólo con el silencio. Debemos leer esta pregunta a la luz de lo que inmediatamente precede. Jesús acaba de decir a Pilato: "Tu dices que yo soy Rey, y para esto yo he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. O sea, para ser el mártir de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz". Jesús nos recuerda que todos somos pobres e indigentes ante la verdad. Nos encontramos en la pobreza de no ser poseedores, comprehensores, sino viatores y peregrinos hacia la verdad, destinados a la verdad.
Otra vez la enseñanza de Dostoevskij. Aquella página extraordinaria de "El Idiota", como mostró Romano Guardini, es la cristología de este autor. Myskin, el príncipe, el inocente, el de corazón puro, que lo excusa todo, que todo lo perdona y soporta, que sufre por todos porque a todos ama, es la figura de Cristo. Está aquella escena en que el joven nihilista, el ateo Hipólito, está muriendo con el rostro rojo por estar tísico. En estas Hipólito pregunta al príncipe Myskin: Tu has dicho más de una vez que la belleza salvará al mundo. ¿Qué belleza es la que lo salvará?. Myskin permanece en silencio, al lado de la cama donde Hipólito muere. El sentido es claro: es la transcripción del versículo de Juan (18, 38). Pilato pregunta: ¿Y qué es la verdad?; Hipólito dice: ¿qué belleza salvará el mundo?. Jesús calla, ama, sufre, va al encuentro del abandono infinito de la Cruz. Myskin ama, sufre, lleva la cruz. ¡Ahí está el lugar de la verdad!

Permitid que aquí intente entender el sentido a la luz del versículo anterior. Jesús dice: "si permanecéis en mi palabra, verdaderamente seréis mis discípulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres". Tres afirmaciones breves. La primera: "Si permanecéis en mi palabra". La verdad no es aquella que tu un día gritas, en un momento, en situación extrema, o clamas o recitas con otros. La verdad es aquella que tu sufres y padeces en la fidelidad de las obras de los días de tu vida. La verdad se dice en la elocuencia de los gestos, en la perseverancia para ser fiel.

La impresión profunda que he sentido leyendo en estos últimos días el libro de mi sincero amigo Gianni Vattimo, se debe a que, si ciertamente es admirable el coraje de su testimonio –él, el pensador del pensamiento débil, que anuncia su vuelta a la fe, su vuelta a Dios-, lo que realmente me deja desconcertado y perplejo es que esta vuelta no tiene nada de dramático, nada de trágico; y es que esta vuelta no cambia nada de todo aquello que él dice haber pensado hasta el momento. Más bien parece fundamentar de manera nueva. Cre que con Dios no se debe ni patalear ni perder. Con Dios es preciso recapitular. La verdad me hará libre para ser perdidamente del otro, perdidamente a Él abandonado.

"Seréis mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres"… Ser su discípulo, significa llevar con Él la cruz. Bonhoeffer en la cárcel de Tegel escribe una bellísima poesía, "Cristianos y paganos", en la que dice: "Todos van a Dios para ser consolados en sus dolores; los cristianos van a Dios para hacerle compañía en su dolor". Ser liberado por la verdad significa salir de sí mismo para pertenecerle incondicional y perdidamente. La libertad que la verdad te da es la libertad de ti mismo, para ser suyo hasta el fondo, para pertenecerle, para ir allí donde no habrías querido o pensado, para ir allí donde el querrá para ti, para vivir este éxodo, este abandono, este dejar todo apasionamiento y caminar sobre el largo mar, donde es posible que naufragues, donde al vivir del soplo del espíritu, inflara las velas de tu barca hacia el puerto de la eternidad. Ahí tienes la verdad que hace libres.

La pregunta que se me hace, me recuerda y reclama aquella que Holderlin hizo: "¿Por qué los poetas en el tiempo de la indigencia?" Esta pregunta que Heidegger hace suya, interrogándose sobre cuál sería el tiempo de la pobreza, la noche del mundo, que no lo es por la falta de Dios, sino por que los hombres ya no sufren por esta falta de su presencia. Por tanto, poeta en el tiempo de la pobreza e indigencia es todo el que suscita la nostalgia de la patria perdida, que vuelve a encender este deseo. Poeta en el tiempo y en la pobreza es todo el que habla interrogándose sobre si l transgresión en el cumplimiento respecto de aquella verdad total, totalitaria, violenta, que es la verdad de la tradición metafísica occidental, debe ser tenida por transgresión decadente o del "pensamiento débil" como la que algunos han procurado; o bien debe ser, puede ser, aquella de reconocer otra verdad que no es la aletheia, sino la hemet bíblica. Mi siguiente discurso versará sobre esto.

Del testimonio del médico que asiste a la ejecución, quiero leer tan sólo este texto: "En la mañana de aquel día –era el 9 de abril de 1945, entre las 5 y las 6– los prisioneros fueron conducidos fuera de las celdas. Fueron leídas las condenas. Por entre una puerta medio abierta vi al pastor Bonhoeffer que estaba arrodillado en íntima oración con su Dios. El abandono y la certeza de una oración que había sido oída, en este hombre extraordinariamente simpático, me afectaron profundamente. Cerca del lugar mismo de la ejecución elevó una corta oración, luego se irguió con firmeza en el patíbulo. La muerte llegó en pocos segundos. En mi actividad de médico después de cerca de 50 años no he visto nunca morir a un hambre abandonado así a Dios."

No dice nada, reza, se confía, se abandona en Dios. He leído este testimonio porque nos hace entender la crítica profundísima que Bonhoeffer hace al concepto occidental de verdad, de ideología, en un texto de su Ética, una obra a la que aún deberemos volver más veces. Bonhoeffer escribe así: "El patrón de la maquina pasa a ser su esclavo, la máquina pasa a ser el patrón, la máquina se vuelve enemiga del hombre. La criatura se revela contra quien la ha creado, cómo réplica singular del pecado de Adam. La emancipación de las masas explotó en el terror de la guillotina. El racionalismo lleva inevitablemente a la guerra, el ideal absoluto de la liberación lleva al hombre a la autodestrucción". Y concluye con este juicio duro sobre la obra de la modernidad: "Al final del camino por el cual se han encaminado por la Revolución francesa se encuentra el nihilismo". ¿Qué nos ha querido decir Bonhoeffer con esta terrible frase?

Sigo leyendo un pasaje de la Ética: "No existiendo nada permanente y durable, porque concluye la certeza ideológica, los totalitarismos de la verdad, o sea, llevada acabo la operación de la destrucción del totalitarismo de la verdad, perdida la confianza en la justicia, es declarado como justo aquello que conviene. Esta es la singular situación de nuestro tiempo, que es un tiempo de verdadera y propia decadencia". Parece que Bonhoeffer esté describiendo nuestro presente: esta vulgaridad de los medios de comunicación que, de manera particular, nuestra clase política tanto prefiere y quiere; o sea, esta especie de falta absoluta de pasión por la verdad, de confianza en la verdad, y este sustituir la verdad por los sofismas de la propaganda. Y lo más trágico es que la gente se lo cree. Este es hoy nuestro drama.

Por eso tenemos necesidad de una conversión, de una metanoia, no sólo los teólogos. Si seguimos pensando en la verdad como aletheia, llegaremos a la ideología, al nihilismo, a la decadencia, como carta que cubre la falta de pasión por la verdad y al triunfo de la soledad y del vacío. La careta es de infidelidad: la fidelidad exige lealtad y transparencia. El primer empeño que la verdad (hemet) pide es quitarse la careta, bajar la máscara y cerrar este gran carnaval en que hemos convertido nuestro vivir social y civil, de hombres y mujeres libres, que se dicen las cosas con la verdad de quien las vive y las padece.

Esta vez nosotros no jugamos con las ideas: nos estamos preguntando porqué vale la pena vivir, nos estamos preguntando, como hacía Camus, si no es verdad que la única verdadera cuestión filosófica es el suicidio, y que es preciso saber responder a esta pregunta: ¿por qué no hacerlo? El porque no hacerlo exige esa conversión, de dar testimonio de la verdad, de vivir la pasión por la verdad. Por tanto, fidelidad para quitarse la careta, fidelidad como testimonio de la verdad, como marturia, ser mártires en todo dependientes del otro.

Acabo con una anécdota, que lejos de bajar el tono especulativo de nuestras reflexiones, lo enaltece en la verdad de la vida: aquella escena que cuenta Dominique Lapierre del día vivido con la Madre Teresa de Calcuta, cuando esa mujer se acerca a un montón de basuras y comienza a escarbar, saca un brazo, una pierna, un cuerpo, toma entre sus brazos el cuerpo de este anciano abandonado a morir entre los desperdicios, y lo lleva a su casa, la casa de las misioneras de la caridad, lo coloca sobre una cama donde este anciano, antes de expirar, sonríe porque por primera vez ha sido tratado como un ser humano. Y Dominique Lapierre removido dirá por la tarde a la madre Teresa: "Esto que usted ha hecho hoy yo no lo hubiera hecho por todo el oro del mundo". La madre Teresa le respondió: "Ni yo tampoco". Esta es la verdad que nos hace libres.
(Traducción libre, pero fiel, del italiano, de "Il Livello Bruno Forte", Verità e libertà tra teologia e filosofia, por Josep Maria Riera M.; setiembre 2000).

viernes, 19 de febrero de 2010

Buenos libros

José Ramón Ayllón nos recomienda una serie de buenos libros bajo el título LEER PARA PENSAR
N narrativa, E ensayo, T teatro, y Edad mínima del lector

1. Homero, ilíada, Alessandro BARICCO, ed. Anagrama, 2005 N-16
Elegancia y dramatismo insuperables. Literatura en estado puro. Magnífica adaptación del inmortal texto griego, liberado de la excesiva intervención de los dioses. Los lectores se orientarán mejor con un sencillo diccionario de mitología griega.

2. Autorretrato con radiador, Christian BOBIN, Ed. Árdora N-17
Un hombre al que se le acaba de morir su mujer no cuenta el peso sino el paso amable de los días, siempre deslumbrado por la belleza de un recuerdo, de unas flores, de un paseo, de una conversación con su hija pequeña, con su hija adolescente… Breve y extraordinario relato.

3. Tus preguntas sobre amor y sexo, M.B. BONACCI, Palabra E-14
Especialista en educación de la sexualidad, la autora plantea en forma de preguntas y respuestas todo lo que lectores jóvenes quieren y deben saber sobre este tema. Escribe con agilidad y sencillez, desde una óptica cristiana y una amplia experiencia.

4. La mujer y la familia, CHESTERTON, ed. Styria, 2006 E-17
Frente a la proliferación de ideas pintorescas sobre el matrimonio y la familia, Chesterton nos aporta en esta cuidada selección de artículos- una reflexión llena de sentido común y buen humor.

5. Señora de rojo sobre fondo gris, Miguel DELIBES, ed. Destino N-17
Con su delicada capacidad para iluminar las vidas de los demás, Ana supo contagiar alegría y plenitud. Miguel Delibes traza un retrato cumplido de la que fue su esposa, y nos seduce con una hermosa y original historia de amor.

6. Crimen y castigo, DOSTOIEWSKI, Ed. Cátedra N-17
Obsesionado por demostrarse a sí mismo que está por encima del bien y del mal -como Nietzsche-, el joven Raskolnikov decide cometer fríamente un asesinato. Pero no quiere destruir un ser humano sino un principio: la conciencia moral. Y entonces aparece Sonia.

7. El hombre en busca de sentido, Viktor FRANKL, Ed. Herder E-17
Magnífico relato de un psiquiatra judío en los campos de exterminio nazi. En medio de tanta degradación, algunas conductas heroicas ponen de manifiesto que al hombre se le puede arrebatar todo salvo la última libertad: la elección de su propio camino.

8. Un adolescente en la retaguardia, GIL IMIRIZALDU, Encuentro, N-16
Lejos de sus padres, un adolescente sobrevive a los tres años de Guerra Civil española. Muchos años después, siendo octogenario, rememora aquellas lejanas peripecias y nos deja una historia realmente hermosa, profunda, verdadera, inolvidable.

9. Las pequeñas virtudes, Natalia GINZBURG, ed. El Acantilado E-18
Un conjunto de artículos sobre la amistad, la profesión, la familia, los hijos... Fueron publicados en diarios y revistas. Su estilo es inteligente, sencillo y muy sugerente, como todo lo que escribió la mejor novelista italiana del siglo XX.

10. Un seminarista en las SS, Gereon GOLDMANN, Ed. Palabra N-14
Una vez más, la vida real supera a la ficción en intensidad dramática, hondura de los protagonistas y riqueza de situaciones. Este relato autobiográfico se lee con más interés que la mejor novela de aventuras.

11. El viento en los sauces, Kenneth GRAHAME, Anaya, 2006 N-14
Humor, ternura, estilo excelente y construcción exacta de los protagonistas en este clásico protagonizado por una rata de agua, un topo, un sapo, un tejón y otros animales. Lo disfrutarán por igual pequeños y adultos.

12. Ébano, KAPUSCINSKI, Ed. Anagrama N y E – 17
Elegido por la revisa Press mejor periodista del siglo XX, Kapuscinski vuelca en Ébano su profundo conocimiento de África. Emplea una rara mezcla de buen estilo, amenidad, cultura e inteligencia. Y logra un libro emotivamente humano, con un encanto especial.

13. Matar a un ruiseñor, Harper LEE, Ediciones B, 2006 N-16
La autora y Gregory Peck -en la novela y en la película- no han podido reflejar mejor lo que significa educar: esa delicada mezcla de autoridad y cariño, de exigencia y confianza, de respeto a la libertad y apelación a la responsabilidad, de disponibilidad y buen humor.

14. Mero Cristianismo, C. S. LEWIS, Rialp E-16
El autor de las Crónicas de Narnia, uno de los escritores más leídos en el mundo anglosajón, pasó del agnosticismo al Cristianismo por influencia de Tolkien y de Chesterton. En este libro recoge sus charlas en la televisión de la BBC. El tono es tan divulgativo como atractivo.

15. La carretera, Cormac MAcCARTHY, Mondadori, 2007 N-18
Una historia muy dura. Con ternura. Sin un gramo de sentimentalismo. Estilo esficaz y directo como una bofetada. Lenguaje cincelado y riquísimo. Con un final difícil de olvidar, tal vez perfecto. Premio Pulitzer 2007.

16. Hernán Cortés, Salvador de MADARIAGA, Espasa Calpe, N-17
Para tener una idea cabal de lo que supuso la llegada de los españoles a América tal vez sea imprescindible leer esta extraordinaria biografía. El autor conoce a fondo la complejidad de la empresa militar, religiosa y política en México, y la describe con un admirable nervio dramático.

17. Verde agua, Marisa MADIERI, ed. Minúscula, N-17
Autobiografía de una mujer que sufre las guerras europeas, el exilio y la pobreza, se casa con Claudio Magris, educa a cinco hijos y nos cuenta, en voz baja, sus sesenta años de vida, con la intimidad de los viejos amigos y un acento encantador.

18. Meditaciones, MARCO AURELIO, Alianza y Gredos E-17
Conjunto de pensamientos sobre la condición humana y el sentido de la vida, desde la posición estoica del emperador filósofo. En la línea del mejor pensamiento ético de Grecia y Roma: Aristóteles, Séneca, Cicerón, Aristóteles… Breve y enriquecedor.

19. Rebelión en la granja, George ORWELL, Destino N-16
La fábula de unos animales que se hacen con el control de su granja simboliza la historia del Comunismo, desde sus orígenes quizá idealistas hasta la implantación de "la mayor empresa carcelaria de la humanidad".

20. La comedia humana, William SAROYAN, ed. El Acantilado, 2005 T-14
Bellísima forma de narrar el claroscuro de la vida cotidiana a través de la mirada limpia del joven Homer Macauley y su familia. Pequeños y grandes nos transmiten que la comprensión y el optimismo merecen la pena. Premio Pulitzer.

21. Macbeth, SHAKESPEARE, Cátedra T-17
La conciencia nos susurra el camino, pero hay otras voces en la vida. Macbeth escuchó la llamada insistente de la ambición y arruinó su vida. Shakespeare refleja de forma insuperable la interioridad humana y su dimensión necesariamente moral.

jueves, 18 de febrero de 2010

Libertad de inexpresión

Daniel Innerarity, en su apasionante ensayo filosófico « Libertad como pasión » hace una reivindicación insólita: la libertad de inexpresión.

«Palabras, palabras, palabras!» (Shakespeare)

En su denso pequeño libro «Libertad como pasión», Daniel Innerarity supera el reduccionismo de una libertad limitada a aspectos formales, a la capacidad de elección, comprada al precio de una perpetua indecisión. Las nuevas perspectivas que se están abriendo a la acción libre del hombre en tantos lugares del mundo hacen que nos encontremos en un momento privilegiado para pensar y vivir la libertad en toda su amplitud. Recogemos aquí unos párrafos con una reivindicación inusual: la «libertad de inexpresión»

En nuestra civilización el decir tiene más prestigio que el callar. Tanto tiempo reivindicando la libertad de expresión ha vuelto sospechosa la demanda de un derecho al silencio, como si se tratara de una coartada para imponer una nueva mordaza o de una excusa para esconder lo inconfesable. Pero es posible que la libertad de expresión se nos haya convertido en una inadvertida obligación de hablar. Y así, el político se ve forzado a improvisar una opinión acerca de un suceso sobre el que no ha tenido aún tiempo de reflexionar, al profesor no le está permitido contestar con un «no lo sé» a una pregunta arrojada contra sus inevitables ignorancias y a cualquier acusado se le aplica estrictamente el abstracto principio de que quien calla otorga. ¿No será quizás el momento de reivindicar una libertad de inexpresión? ¿Acaso no es el silencio una condición de esa libertad interior que se nos escapa a chorros en la locuacidad? ¿No estaremos sufriendo ya ese ajuste de cuentas contra toda palabra ociosa del que nos previene la biblia?

Antes había contestatarios; lo que hoy abunda son los contestadores. No me refiero a esos artilugios de gusto dudoso, sino a un tipo humano que prospera, sin escrúpulos a la hora de emitir su opinión, inasequible al desconcierto y rápido, fundamentalmente rápido. Imperturbable en su seguridad, sabe siempre qué es bueno o malo, conoce la verdad y desnuda la mentira, receta con seguridad lo beneficioso y nos advierte contra lo perjudicial. Las opiniones parecen ser tanto más claras e inequívocas cuanto menos idea se tiene del asunto en cuestión.

Pero todos los grandes espíritus que han saboreado las dimensiones más profundas de la libertad han vislumbrado alguna vez esa región apenas explorada donde la mudez construye un espacio de libertad que nos protege de una sutil intolerancia: de la obligación de decirlo todo y tener a punto para todo una opinión, disculpa o justificación. Sin este derecho a callar, no habría manera de defenderse en un mundo que cada vez se parece más a un escenario público en el que, sin lugar para lo privado y hostigada toda forma de pudor como si fuera una vulgar hipocresía, la escenificación es propiamente una «obscenificación» (no entiendo por qué el adjetivo < público» es peyorativo cuando califica a las mujeres e inocuo cuando se aplica a los hombres). En una civilización así, en la que todo está en venta, expuesto y desarmado, ofrecido a un destinatario genérico, parece que la libertad -para no quedar atrapada en sus exteriorizaciones- no tiene más remedio que buscar una amable trastienda y adoptar la forma de una ironía silenciosa. No hay verdadera virtud sin ironía, sin esa capacidad para guardar una cierta distancia respecto a sí mismo, sin la presencia constante de la propia finitud, para no tomarse demasiado en serio el cultivo de sí. Nietzsche vio muy bien que el hombre virtuoso ha de estar desprendido de la propia virtud. El irónico no es un cínico porque cree en el bien y la verdad, pero tampoco un dogmático satisfecho porque es consciente de que los valores no se realizan plenamente en la historia y de que la verdad no se deja decir totalmente.

Una de las manifestaciones más preocupantes de esta incontinencia verbal es el abuso de los superlativos. Hoy todo es super-, infinito y absolutamente, horrible, impresionante... Resulta que para decir que algo es bueno o malo no disponemos de expresiones más modestas. Es demasiado, una pasada. Y todo esto cuando acabábamos de convenir precisamente lo contrario: que todo -o casi todo, ¿qué más da?- depende, que no vale la pena discutir por un dios más o menos, ni enfrentar la biografía de tu madre a la de la mía, que estamos condicionados, que no hay que imponer nada a nadie, etcétera, etcétera, etcétera. Tengo la impresión de que a fuerza de tratar a las palabras como rameras, de apurar su sentido para describir una mediocre experiencia, hemos disparado la inflación lingüística, se nos ha estragado el gusto por la palabra exacta, la expresión ha muerto de _ síndrome del superlativo. Yo me pregunto: ¿nos quedará alguna palabra virgen, algún adjetivo preciso, cuando nos enfrentemos a una realidad que nos sorprenda y se nos aparezca el misterio bajo la forma de un demonio o de un ángel?

La libertad de inexpresión ha de ser reivindicada junto con la inexactitud. Lo que el verbalismo no parece comprender es que todo acto de habla es una acotación y, por tanto, una renuncia a decirlo todo en una expresión definitiva, que los silencios pertenecen a la misma sustancia de la sonoridad, que la palabra oculta mucho más de lo que desvela, que los silencios acotan los límites de lo expresado gracias a los cuales podemos reconocer su significación. La comunicación humana es imposible si no se dice nada, pero equívoca si se pretende agotar todo significado. Toda expresión precisa lo es tanto por lo que dice como por lo que sugiere, encubre, disimula, inventa o deja en la ambigüedad. Apenas una porción muy pequeña del discurso humano puede reclamar la veracidad escueta o el puro contenido informativo. Salvo en el ámbito estricto de las ciencias positivas, cualquier oración se encuentra rodeada por un campo denso, inconmensurable, de omisiones.

A los fanáticos del decir les parecerán un mero formalismo los eufemismos ceremoniosos de la negación, esa cortesía que tiene pudor a decir que no, que se ha liberado de la asfixiante obligación de decirlo todo a cualquiera y en cualquier momento. Esa amistad consigo mismo de la que habló Aristóteles no es necesariamente un narcisismo vacío, cuya única alternativa fuera la exteriorización total. El silencio oportuno forja la personalidad en el difícil equilibrio del decir y el callar. Desde Sócrates, el silencio ante la injusticia ha sido más elocuente que la verborrea de los acusadores. Lo que los sabios oficiales, Herodes y los torturadores que en el mundo han sido no soportan es la razón profunda y la insobornable dignidad del que calla. Unamuno advirtió la existencia de dos situaciones en las que no hay nada que decir: ante una verdad evidente y ante una absoluta sandez. Tener razón no depende de que otros nos la concedan. No hace falta ser un elitista para desconfiar por principio de las opiniones que encuentran una fácil acogida. Deberíamos ver en el aplauso mecánico y poco razonado un asentimiento superficial, mientras que las verdaderas convicciones sólo arraigan cuando se han abierto paso en medio de la dificultad. Lo que no es controvertido suele ser trivial. En ocasiones, la profundidad de una convicción es inversamente proporcional al número de razones que se esgrimen para defenderla. Y nunca puede deducirse del éxito persuasivo -tan azaroso, tan sometido a los vaivenes de la retórica- la validez de lo que se piensa, cree o vive. Para las opiniones, vale la pena seguir el agudo consejo de Nietzsche: «cuando una gran verdad triunfa en la plaza pública, piensa que una gran mentira ha combatido en su favor».

De nuestra intolerancia ante la inexpresión es buena prueba el hecho de que el silencio -en un ascensor, entre una conferencia y el coloquio posterior, tras una pregunta- se vive como cargado de tensión. Pero una sociedad sana necesita una serie de instituciones del silencio que economicen la palabra y el decir: el silencio puede ser manifestación ante lo innombrable, hay también silencios deontológicos, el beneficio procesal del silencio (válido para el inculpado, no para el testigo), el silencio soberano de las víctimas, el silencio estético previo a un concierto o el ritual en un templo...

sábado, 13 de febrero de 2010

La Iglesia y el aborto

La Iglesia y el aborto en la historia: 2.000 años diciendo que es homicidio

Pablo J. Ginés escribe este articulo publicado en Forumlibertas.com, 10/02/2010


Desmontamos el bulo que dice que la Iglesia no siempre condenó el aborto como homicidio
Desde los años 70, grupos y medios de comunicación favorables al aborto repiten que Santo Tomás de Aquino aceptaba los abortos precoces y que hasta 1869 la Iglesia no prohibió el aborto en firme. En América Latina y en España este es un mantra que repite, por ejemplo, la asociación abortista "Católicas por el Derecho a Decidir", un lobby que no tiene nada de católico y que está financiado por la IPPF y otras empresas del aborto para ayudar a la legalización del aborto en países católicos. Algunas asociaciones de cierto feminismo y de ideología de género repiten el bulo.
La realidad es otra. Es falso que la Iglesia o Santo Tomás aceptasen el aborto temprano o que hasta 1869 la Iglesia no prohibiese el aborto en firme.

La Iglesia Católica siempre ha enseñado que el aborto es un homicidio, incluso en los primeros siglos, cuando era práctica habitual y legal en Roma y Grecia. El castigo canónico y la penitencia ante este homicidio ha cambiado según casos y circunstancias, pero la enseñanza básica siempre ha sido la misma: abortar es matar un ser humano inocente, y eso es un pecado gravísimo, un homicidio.

Testimonios del siglo II y III

La Didajé, una catequesis de los primeros cristianos, de principios del siglo II, dice: "No procurarás el aborto ni destruirás al recién nacido". El Apocalipsis de Pedro, un texto del 137 d.C, presenta en el infierno una sección dedicada a mujeres que abortaron, a las que sus bebés se aparecen. Aunque no es un texto canónico, muestra bien lo que pensaban los primeros cristianos sobre la maldad del aborto. Además, recoge una verdad psicológica, el síndrome post-aborto: muchas mujeres que han abortado hoy cuentan que ven, recuerdan, sueñan con sus bebés muertos, lo que les hace sufrir un infierno.

La Epístola de Bernabé (XIX, 5), también del siglo II, no permite "matar al niño procurando el aborto, ni tampoco destruirlo después de nacer". Tertuliano, en su "Apologeticum" del año 197, contra el rumor pagano de que los cristianos son homicidas, explica que ni siquiera permiten matar al no nacido: "porque incluso no nos es lícito destruir al niño en el vientre, mientras aún toma la sangre de la madre para formarse el ser humano. Impedir su nacimiento sólo es un asesinato más rápido. No hay diferencia si quitas la vida una vez nacido o la destruyes mientras nace. Es un hombre, que tiene que ser hombre." Tertuliano, en su "Tratado del alma", incluso describe las herramientas de los doctores abortistas, explica que "ellos bien saben que se ha concebido un ser vivo" y afirma que la vida humana (y la llegada del alma, capítulo 37) se producen con la concepción.

Atenágoras de Atenas, escribe en 177 d.C al emperador filósofo (y muy anticristiano) Marco Aurelio: "decimos [los cristianos] que esas mujeres que usan drogas para provocar un aborto cometen asesinato, y tendrán que rendir cuentas ante Dios por el aborto". Minucio Félix (200-225 d.C) señala que son los paganos los que matan a sus hijos, inspirados por el dios Saturno, símbolo de maldad y crueldad, que devoró a sus hijos, y que "sus mujeres, mediante el uso de fármacos, destruyen la vida no nacida en su vientre y asesinan al niño antes de sacarlo".

Concilios y penitencias por abortar, equivalente al homicidio premeditado

¿Qué pena imponía la Iglesia a las bautizadas que abortaban? Las más antiguas que conocemos son muy duras: equivalentes a cualquier asesinato premeditado. En Hispania, el Concilio de Elvira del año 305 decreta que a la adúltera que mate "al fruto de su vientre" no se le dé la comunión, ni aun en la hora de la muerte, por haber incurrido en una doble maldad".

Once años después, en el 314, con el cristianismo ya legalizado en el Imperio, el Concilio de Ancira, en la actual Turquía, explica que "a las mujeres que han fornicado y destruido lo que concibieron, o a las que hacen drogas para abortar, un decreto anterior les excluía de la comunión hasta la hora de su muerte, pero deseando ser más clementes, ordenamos que cumplan 10 años de penitencia". Es decir, queda clara la gravedad, que no es solo por la infidelidad, sino por abortar, equivalente al homicidio, pero se rebaja la pena sólo "deseando ser más clementes".

San Basilio el Grande (c.329-379), en sus cartas, es más explícito: "que la que procure abortos practique 10 años de penitencia, esté el embrión perfectamente formado o no". Así rompe con todo debate que intenta distinguir entre abortos más graves y menos graves según el tamaño del feto.

Agustín, Jerónimo, Hipólito, Lactancio... el testimonio de los cristianos antiguos es unánime: el aborto no sólo es malo por ocultar el adulterio o por poner en riesgo la vida de la madre (algo que muchos autores comentan) sino que es un homicidio, mata a un ser humano.

No basta con tu cura: la absolución la da el obispo... ¡o el Papa!

Aunque la gravedad está clara, en distintas épocas se han aplicado distintas penas canónicas. Por ejemplo, en 1588 el Papa Sixto V proclamó que sólo la Santa Sede podía absolver del pecado de aborto, esperando señalar así su enorme gravedad. Pero tres años después, su sucesor, Gregorio XIV, viendo que la medida no era pastoralmente eficaz, devolvió a los obispos la jurisdicción para absolver este pecado.

Aún hoy, quien ha abortado, no puede recibir la absolución en su parroquia de barrio, sino sólo de su obispo o alguien delegado por él. A veces, durante la Cuaresma o en jubileos especiales, algunos obispos, sobre todo en América Latina, otorgan temporalmente a todos sus sacerdotes la capacidad de ofrecer este perdón, como una medida especial dirigida a las mujeres arrepentidas (o al personal médico implicado que deje esta actividad).

Pío IX, en una decisión que suelen manipular los abortistas, lo único que hizo en 1869 fue eliminar la diferencia de penas entre abortar fetos "animados" y los "inanimados", un concepto que no tenía que ver con el alma sino con los movimientos fetales. Pío IX, como San Basilio en el s.IV, quería dejar claro que todos los seres humanos merecen protección, en cualquier etapa de su desarrollo prenatal.

Con la ciencia del siglo XX

A medida que avanzaba la ciencia y la técnica médica, la Iglesia vio más y más confirmada su enseñanza de dos mil años. Pío XI, en su encíclica Casti Connubii, de 1930, declaraba que "la realización directa de un aborto nunca está justificada por ninguna indicación [médica] ni ninguna ley humana". Pedía a los gobiernos, que defendieran a estas vidas inocentes.

Pío XII insistió en pedir a los médicos y legisladores que defendieran a madres e hijos, nacidos o no, y relacionaba el aborto con las prácticas nazis de su época. Pablo VI, con su encíclica Humanae Vitae de 1968 recordaba la ilicitud de cualquier aborto. Y el Concilio Vaticano II exigía "proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción" y afirmaba: "el aborto y el infanticidio son crímenes abominables", un lenguaje realmente claro que, como en la antigüedad, ponía en la misma frase al aborto y al infanticidio: dos variantes técnicas del mismo homicidio contra niños, antes o después del parto.

Respecto al voto del católico, uno de los primeros documentos es el de la Congregación de la Doctrina de la Fe de 1974: "un cristiano no puede conformarse a una ley que en sí es inmoral y tal es el caso de una ley que admita la licitud del aborto. Tampoco puede un cristiano participar en una campaña de propaganda de una ley así, ni votar por ella. Más aún, no puede colaborar en su aplicación".

El truco de que "no es dogma"

Los grupos abortistas financiados por la industria del aborto suelen decir que "la oposición al aborto no es dogma", de lo que deducen, que un católico puede ser abortista. Tampoco es dogma el "no matarás", y según ello deberíamos deducir que el asesinato no tiene nada de anticatólico, lo cual, evidentemente, no es cierto.

Los Papas nunca han hecho una formulación "dogmática", "infalible", "desde la cátedra" contra el aborto (ni contra muchos otros pecados gravísimos, incluyendo todos los otros tipos de homicidio), como han hecho con el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen, por ejemplo. Por un lado, la Iglesia lo hace así para que no parezca que todas las otras enseñanzas que no se han formulado como dogma son opcionales, cuando no lo son.

Por otro lado, la oposición al aborto ya es una enseñanza infalible de la Iglesia que Cristo fundó, no porque lo diga tal o cual Papa, sino porque es una enseñanza "semper, ubique, obomnibus", es decir, "de siempre, de todas partes y de todos", lo que se llama Magisterio ordinario, siempre transmitido y enseñado por la Iglesia.

"Desde la concepción"

En 1988, la Pontificia Comisión para los Textos Canónicos repasó el concepto de aborto que estaba mal descrito en el Código Canónico como "expulsión del feto inmaduro". Los abortistas se agarraban a esta frase para intentar inducir a confusión. La Comisión aclaró lo que todo el mundo, católico o no, en cualquier idioma, entendía que es el aborto: ahora, oficialmente queda definido como "matar al feto de cualquier forma y en cualquier momento desde la concepción".

Especificando "desde la concepción" se incluye a la mórula, blastocisto, embrión, el ser humano en cualquier fase prenatal. Así incluye las píldoras anticonceptivas (que causan abortos precoces en muchos casos), la del "día después" (por lo mismo), la RU-486 (directa y específicamente abortiva), los abortivos inyectables y los DIUs (que también tienen efectos abortivos tempranos).

La excomunión es automática para quien libremente aborta

El grupo abortista nacido en Estados Unidos llamado "Católicas por el Derecho a Decidir" (que no es católico en ningún sentido y al cual han condenado varias veces los obispos de distintos países) reparte un folleto en países católicos que dice: "Si examinas tu conciencia y decides que abortar es moral en tu caso, no cometes pecado. Así, no estás excomulgada. No necesitas ni decirlo en confesión". Por supuesto, lo que dice este folleto es falso.

La pena católica por el aborto es la excomunión. Explica el padre Santiago Martín, asesor del Pontificio Consejo para la Familia, que "es una pena severa para expresar la gravedad del problema, llamar la atención sobre los millones de niños abortados y evitar que, por acumulación, se convierta en algo aceptable".

El Código de Derecho Canónico, en su número 1398, afirma: "quien procura el aborto, si se consuma, incurre en excomunión latae sententiae" (automática, sin necesidad de sentencia).

La asociación católica Vida Humana Internacional (www.vidahumana.org), presidida por el padre Thomas Euteneuer, explica que la expresión "procura" es muy amplia: incluye a todo el que trabaje para matar al feto de cualquier forma, incluyendo el novio que lleva en coche a la mujer a la clínica, el que paga el aborto, el anestesista, la enfermera, el doctor que la remite...

Ponen un ejemplo: Mary Ann Sorrentino, administradora de una clínica abortista de la cadena Planned Parenthood en Rhode Island, Estados Unidos, fue excomulgada públicamente por su obispo por facilitar abortos, aunque ella no los practicara en persona.

Pero en realidad, no es el obispo quien excomulga: canónicamente, es la persona quien automáticamente queda excomulgada en cuanto muere el feto. Para que se produzca la excomunión, la madre (o el colaborador) ha de ser católica, saber que está embarazada y libremente elegir el aborto.

Cuando en marzo de 2009, en Brasil, el obispo de Recife, José Cardoso, anunció la excomunión sobre los implicados en el aborto de los gemelitos de una niña de 9 años, no afectaba ni a la niña (que quería tener el bebé), ni a los padres de la niña, casi analfabetos, que fueron llevados con engaños por activistas de un grupo abortista a una clínica de abortos. Pese a ello, abundaron los titulares tan escandalizados como equivocados: "excomulgan a una niña de 9 años por abortar". La niña y sus padres, engañados por los abortistas, no están excomulgados. Los abortistas que los engañaron y los doctores que abortaron a los gemelitos, sí lo están.

Según un estudio de 2006 de la fundación catalana pro-aborto "Salud y Familia", el 22 por ciento de las mujeres que abortan en Cataluña dicen hacerlo "sintiéndose confusas". Probablemente, al no saber plenamente lo que hacen, tampoco ellas están excomulgadas.

Tampoco quedan excomulgadas la mayoría de las mujeres que usan píldoras anticonceptivas o DIUs pensando que son sólo anticonceptivos, porque ignoran el efecto abortivo que tienen. (Aunque no están excomulgadas, la anticoncepción sigue siendo pecado y sin confesarla -con cualquier sacerdote- y abandonarla no pueden comulgar).

¡Cuando el médico no sabe lo que está haciendo!

Parece increíble, pero se pueden dar casos (pocos) de médicos o personal sanitario que no sabe lo que está haciendo. En España, los médicos abortistas son los mismos desde hace 30 años, una casta especializada: nadie quiere hacer abortos porque los médicos españoles saben en qué consiste, les da asco, y se lo dejan a los de siempre y a emigrantes llegados de Cuba, país comunista y abortista "de repetición".

Pero en India, donde el aborto es sistemático y apoyado por el gobierno, un ginecólogo puede ser católico y practicar abortos (sobre todo tempranos) sin que nunca se haya planteado que lo que hace es matar un ser humano.

En la revista católica Goodnews de enero/febrero de 2008, el doctor Rohan D'Souza, de Bombay, explica que quedó sorprendido cuando, confesándose en Inglaterra, el cura le dijo que practicar abortos era un pecado que solo el obispo puede perdonar. "Para ser honesto, nunca había pensado sobre el tema. Al estudiar ginecología, en India, hacer abortos es parte del entrenamiento y nunca lo cuestioné. De hecho, yo estaba orgulloso de mi habilidad, había ganado una medalla de oro en planificación familiar y técnicas de aborto". Aunque D'Souza no parecía consciente de lo que había estado haciendo, acudió al obispo para que le levantara la excomunión.

La excomunión sólo tiene mala prensa cuando es católica y por aborto

Vida Humana Internacional protesta por la "mala prensa" que tienen las excomuniones sólo cuando cumplen dos condiciones: ser católicas y tratar del aborto. Si alguien es excomulgado por un dogma teológico, o un escándalo moral, o se le expulsa del judaísmo, el anglicanismo o el presbiterianismo, a nadie le importa. Parece que el mundo intuya que detrás de la excomunión hay una tragedia espiritual real. O que a la prensa lo que le gusta es criticar a la Iglesia católica. O ambas cosas.

El New York Times se enfureció mucho cuando el obispo Leo Maher de San Diego excomulgó en 1990 a la diputada estatal Lucy Killea por fomentar el aborto. El diario acusó al obispo de "amenazar el pacto de tolerancia de los americanos", gravísima acusación que, como sabemos en 2010, no afectó en nada a los americanos.

En cambio, a nadie le molestó cuando en 1962 el arzobispo Rummel, de Nueva Orleans, excomulgó al líder racista blanco Leander Perez. El New York Times declaró: "saludamos al arzobispo, ha dado un ejemplo fundado en principios religiosos y responsabilidad con la conciencia social de nuestro tiempo".

Tampoco suele haber reacciones cuando quien excomulga es otra religión. Así, el 27 de junio de 1990 la corte suprema de derecho judío en Estados Unidos (la Beth Din Zedek) excomulgaba al congresista Barney Frank, judío militantemente homosexual, por "promover y animar la corrupción de nuestra sociedad, promotor de depravación moral". El lenguaje era mucho más fuerte que el del obispo Maher ese mismo año, y el excomulgado era un político más importante, pero el New York Times y la Prensa generalista no lo publicaron o pasaron por encima.

Políticos: no se les excomulga, pero se les retira la comunión por "pecado público"

El caso de los políticos es especial y complejo. Un documento del cardenal Ratzinger de 2002, como Prefecto de la Doctrina de la Fe, insiste en que los legisladores, como todos los católicos, «tienen la precisa obligación de oponerse a toda ley que atente contra la vida humana», y especifica más: «no pueden participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto». La única excepción sería que apoyasen una ley mala como única forma de evitar aún otra peor de inminente o casi segura aprobación (que no es el caso de España con la llamada "Ley Aído").

De hecho, los políticos que defienden la ley española de 1985, al hacer "campaña de opinión" a favor de una ley "que atenta contra la vida humana", incumplirían su deber de católicos, a menos que en sus declaraciones dejen claro que también la ley de 1985 les parece injusta y que solo la aceptan provisionalmente en espera de sustituirla por una verdaderamente justa.

Más aún: en el 2004 el cardenal Ratzinger insistió en el tema con otro documento de la Congregación de la Doctrina de la Fe aún más claro. El texto dice que a «un político católico» cuya «cooperación formal se hace manifiesta», mediante «campaña consistente y voto por leyes permisivas de aborto y eutanasia» no se le puede dejar comulgar «hasta que acabe con su situación objetiva de pecado».

No es lo mismo excomulgar que "negar la comunión". La excomunión impide acceder a TODOS los sacramentos: ni bautizos, ni confesión, ni extrema unción, ni matrimonio católico, etc... y sólo puede levantarla un obispo.

"Negar la comunión" se da cuando un personaje en situación pública de pecado pretende comulgar en misa. El sacerdote puede negarle la comunión y un obispo puede pedir a sus sacerdotes que se la nieguen. Con la nota del 2004, varios obispos en EEUU empezaron a negar la comunión a políticos públicamente favorables al aborto, aunque no explícitamente excomulgados.

El Catecismo, al alcance de todos

El punto 22,74 del Catecismo de la Iglesia Católica, un libro que no tiene nada de inaccesible, declara que “Desde el momento de la concepción es necesario tratar al embrión como una persona [no dice que sea una persona, dice que hay que tratarla como tal], por eso es necesario defenderlo íntegramente, tener cuidado de él, y cuidarlo tanto como sea posible, como se hace con cualquier ser humano”. El punto 22,73 establece: “para la protección que es necesaria asegurar al infante desde el momento de su concepción, la ley habrá de prever sanciones penales adecuadas contra la violación derivada de estos derechos”.

Por lo tanto, la postura católica es de tratar al embrión como a una persona desde su concepción (contra los que justifican la clonación, el uso de embriones para investigar y los abortos precoces pre-implantacionales, los primeros 14 días de vida) y de buscar "sanciones penales adecuadas" para los que procuran abortos.

"Sanción penal" no necesariamente es cárcel

Estas "sanciones penales" pueden ser variadas y no necesariamente han de implicar cárcel para la madre que aborta, pero la sanción debe existir según la doctrina católica.

Por poner dos ejemplos modernísimos: las nuevas leyes de 2009 sobre el aborto en los Estados de Chiapas (3,5 millones de habitantes) y Veracruz (7,2 millones de habitantes) protegen la vida desde la concepción contra el aborto, y penalizan a la mujer que aborte, pero no con cárcel sino con un tratamiento médico-psicológico (le llaman "atención médica integral"), que «será proporcionado por las instituciones de salud a fin de ayudarles a superar los efectos de la intervención y reafirmar los valores humanos de la maternidad» (así dice la ley de Chiapas).

Sí se mantiene en estos Estados la pena de cárcel contra quien practica el aborto y quien persuade o presiona a la mujer de practicárselo, ya sea el novio, los padres o cualquier otra persona. Veracruz también ha modificado el Código Penal y sustituye la pena de cárcel para las que abortan por primera vez por un tratamiento educativo y sanitario (es pena, aunque no sea de privación de libertad). Para las reincidentes, cárcel, al igual que los médicos y personal que colaboren.

Las modalidades, pues, pueden cambiar, según la cultura y el contexto: lo que la Iglesia enseña, desde hace 2.000 años, es que el aborto y el infanticidio son homicidios, que el Estado debe impedir el homicidio, y que para proteger la vida son necesarias "sanciones penales adecuadas". La vida de muchos está en peligro y debe protegerse.

martes, 2 de febrero de 2010

La Iglesia Católica y el Nazismo

Luis Alonso Somarriba publica en Arvo.net, (01.01.2010) este interesante artículo:


Desde la década de 1960 se han ido extendiendo una serie de infundadas teorías que pretenden emparentar a la Iglesia católica con el nazismo, acusándola de haber simpatizado en su día con el régimen nazi, o, en el mejor de los casos, de haberlo tolerado como un mal menor y mirar para otro lado cuando aplastaba los derechos humanos. Se ha llegado a decir que el Vaticano se cruzó de brazos y guardó silencio cuando Hitler emprendió el exterminio de los judíos. Las calumnias de este tipo se han dirigido, muy especialmente, contra el Papa Pío XII. Intentaremos en este artículo aclarar la cuestión a la luz de los hechos históricos y de las fuentes.

1. ¿Hitler católico?
La primera gran mentira -o media verdad- es afirmar, sin más, que Adolf Hitler era un católico, nacido en la católica Austria; como si el lugar de nacimiento y el mero hecho de ser bautizado fueran suficiente para vivir el resto de la vida conforme a un credo religioso, por lo demás bastante exigente. Es evidente, a poco que se siga su biografía, que el que habría de convertirse en Führer de Alemania no perseveró lo más mínimo en la fe que recibió de sus mayores.
Hitler fue, desde muy pronto, en la práctica, un ateo que llegó a destilar una ideología profundamente anticristiana, cuyas raíces se encontraban en Nietzsche, Darwin y las fantasías ocultistas. Hitler consideraba el cristianismo como una lacra histórica y un invento de los judíos, despreciando particularmente los valores evangélicos de la igualdad y la compasión. En su Testamento político llegó a escribir:”El cristianismo es una rebelión contra la ley natural, una protesta contra la naturaleza. Llevado a su lógica extrema, el cristianismo significaría la cultura sistemática del desecho humano”. Su odio visceral hacia la Iglesia se manifestó en numerosas medidas, no ahorrando en corrosivos comentarios: “la simple visión de uno de esos abortos en sotana me saca de mis casillas”. En los juicios de Nuremberg se llegó a saber que entre los planes del dictador alemán, para después de su victoria en la guerra, estaba el de aniquilar la Iglesia católica y las demás confesiones cristianas.

2. El ascenso del nazismo. Conflicto entre la Iglesia católica y el III Reich.
Alemania fue el Estado europeo más afectado por la crisis de 1929, alcanzándose pronto la cifra de 6 millones de parados. En estas circunstancias crecieron los extremismos políticos (nazismo y comunismo) y la democracia quedó tocada de muerte. El partido de Adolf Hitler, que en los años veinte había sido un pequeño grupo con escasa representación en el Reichstag, tuvo un ascenso fulgurante en las distintas convocatorias electorales que se sucedieron entre 1930 y 1933.
En todos aquellos llamamientos a las urnas los obispos alemanes advirtieron con claridad a los católicos que las ideas centrales del nacionalsocialismo eran del todo incompatibles con la fe de la Iglesia. La denuncia del episcopado germano se veía reforzada por la condena del antisemitismo que la Santa Sede había realizado en 1928 (1). La consecuencia fue que los nazis no consiguieron ganar en las regiones de mayoría católica como Baviera o Renania. El triunfo de Hitler se alcanzó sobre todo en las zonas de mayoría protestante, es decir en el centro, norte y este de Alemania (Prusia, Hannover, Sajonia, etc.); y esto último no por su condición de protestantes sino más bien por lo avanzado que se encontraba el proceso de descristianización entre su población (2).
En los comicios legislativos de noviembre de 1932, donde ningún partido consiguió la mayoría absoluta, los nazis lograron ser la fuerza más votada. Así las cosas, el anciano mariscal von Hindenburg, presidente del Reich (jefe del Estado alemán), después de infructuosos intentos para formar un Gobierno que excluyera a los nazis, nombraba a Hitler canciller, el 30 de enero de 1933. Poco después se convocaban nuevas elecciones (5 de marzo) y en esta ocasión el Partido Nacionalsocialista conquistaba la ansiada mayoría, dando comienzo la dictadura hitleriana, el III Reich, 1933-45.
El 23 de marzo de 1933, Hitler prometió públicamente que no atentaría contra los derechos de los cristianos (protestantes y católicos) y que procuraría relaciones amistosas con la Santa Sede. Como gesto de buena voluntad la Iglesia tomó algunas medidas, como levantar la excomunión que pesaba sobre Hitler, si bien se mantuvo en todo momento la condena sobre la doctrina nazi. En este ambiente comenzaron las negociaciones que desembocaron en el Concordato firmado en julio de 1933.
Contrariamente a lo que se ha dicho en algunas ocasiones, la Iglesia no firmó el Concordato con ánimo de respaldar a la Alemania de Hitler. Dada la naturaleza del nuevo régimen, con la consiguiente situación de peligro para los católicos alemanes, la intención del Vaticano fue ante todo salvaguardar los derechos de sus fieles a través de una base jurídica lo más sólida posible. En el texto del Concordato, principalmente, el Reich se comprometía a respetar el libre y público ejercicio de la religión católica y la independencia de la Iglesia en sus asuntos propios. Así mismo, el Estado alemán reconocía el derecho a una enseñanza católica. Prueba de la corrección de este documento es que, después de la II Guerra Mundial, fue aceptado por la República Federal de Alemania.
Por su entraña ideológica el nazismo tenía que entrar en conflicto con el cristianismo. El primer choque se produjo con motivo de la promulgación, en 1933, de la ley de esterilización -aplicada contra ciegos, sordos, esquizofrénicos, etc.-, lo que provocó varias protestas entre las que destacó la del arzobispo de Münster, monseñor von Galen. Fue también von Galen quien más se enfrentó, a través de sus escritos, con Alfred Rosenberg, principal ideólogo del Partido Nazi, autor del Mito del siglo XX, obra que fue incluida en el Index (Índice de libros prohibidos de la Iglesia). Cuando poco después comenzó la persecución contra los judíos, los prelados católicos -von Galen, el cardenal Faulhaber, de Munich, y von Preysing, arzobispo de Berlín- salieron en su defensa. Además, Hitler incumplió sistemáticamente el Concordato. Entre 1933 y 1936, el Vaticano dirigió más de 30 notas oficiales a Berlín denunciando los abusos de la ideología nacionalsocialista.
En 1937, el Papa Pío XI publicaba la encíclica Mit brennender Sorge (Con viva preocupación), que suponía una solemne y radical condena del nacionalsocialismo. Entre otras cuestiones, en aquel documento el Papa declaraba, en clara alusión al régimen nazi, que obraba en contra de la fe católica “quien, siguiendo una pretendida concepción precristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal el hado sombrío e impersonal”. Igualmente, el Pontífice proclamaba que quien “tome la raza o el pueblo o el Estado (…) o los representantes del poder (...) y los divinice con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios”. La encíclica, impresa y distribuida secretamente en Alemania, fue leída el domingo 21 de marzo de 1937 en los 11.500 templos católicos del Reich alemán, provocando la airada protesta del régimen. Mit brennender Sorge fue muy aplaudida dentro y fuera de Alemania por católicos y protestantes, y en general por casi todos los que, oponiéndose a Hitler, valoraban la valiente denuncia que el documento hacía del racismo y del totalitarismo nazi.
Cuando en mayo de 1938 el Führer visitó Roma, el Papa abandonó la ciudad y ordenó el cierre de los museos vaticanos. En 1939 moría Pío XI y le sucedía su Secretario de Estado, Eugenio Pacelli, con el nombre de Pío XII (1939-1958). Pacelli, que había atacado la ideología nacionalsocialista en numerosos discursos públicos durante su etapa de nuncio en Alemania (1917-1929), había llegado a describir a Hitler, en 1935, como “un falso profeta seguidor de Lucifer” (3). Asimismo, Pacelli, que como cardenal colaboró en la redacción de la Mit brennender Sorge, ahora, convertido en Papa publicaba otra encíclica, Summi Pontificatus (1939), en la que nuevamente se condenaba el nazismo.
El 1 de septiembre de 1939 estalla la II Guerra Mundial. La Iglesia habría de conocer en aquellos años de contienda la culminación del durísimo período de sufrimientos comenzados en 1933. A lo largo del III Reich la inmensa mayoría de las publicaciones católicas fueron suprimidas -de 453, en 1943 sólo quedaban siete-, se cerraron las escuelas católicas y numerosos edificios religiosos, como seminarios, conventos o monasterios, fueron confiscados (4).
Entre 1933 y 1945, más de ocho mil sacerdotes alemanes tuvieron conflictos con el régimen nazi por distintas causas: pertenencia a asociaciones católicas prohibidas, prestación de ayuda a judíos, críticas al régimen desde los púlpitos, etc. “Pasó del 35% el número de clérigos seculares de Alemania que se vieron afectados por medidas de inmediata ejecución de la Gestapo. Y sumando a Alemania los países europeos ocupados, un total de cuatro mil sacerdotes y religiosos entregaron la vida, de los cuales más de cuatrocientas personas eran monjas” (5). En el campo de concentración de Dachau -¡auténtico cementerio de curas!- fueron recluidos al menos 3000 miembros del clero católico, de ellos la mayor parte procedían de Polonia (6), la nación donde la Iglesia sufrió más la persecución.
De los numerosos mártires de aquella época podemos destacar algunos ejemplos: Edith Stein (beatificada en 1987 y canonizada en 1998), religiosa carmelita de origen judío muerta en las cámaras de gas de Auschwitz, (1942); Maximiliano Kolbe (beatificado en 1971 y canonizado en 1982), franciscano polaco que murió en Auschwitz (1941) al cambiar su vida por la de un padre de familia; Bernhard Lichtenberg (beatificado en 1996), sacerdote en Berlín, se hizo famoso a causa de sus oraciones en público por los judíos, protestó contra el asesinato de discapacitados (campaña de eutanasia), fue enviado al campo de concentración de Berlín-Wuhlheide y posteriormente trasladado a Dachau, muriendo de camino en un vagón de ganado; Rupert Mayer (beatificado en 1987), jesuita alemán, fue uno de los primeros en advertir el anticristianismo del movimiento hitleriano ya en 1923, perseguido por la Gestapo, sufrió el internamiento en el campo de concentración de Sachsenhausen; o Kart Leisner (beatificado en 1996), seminarista alemán -los nazis detuvieron a muchos seminaristas-, enviado al campo de concentración de Dachau (1940) donde, clandestinamente, fue ordenado sacerdote de manos de un obispo francés también prisionero, y donde celebró su única misa.

3. La Iglesia ante el Holocausto judío.
Sería tremendamente injusto olvidar los heroicos esfuerzos que la Iglesia realizó durante los años de la II Guerra Mundial a favor del pueblo judío, librando a miles de vidas de una muerte, a menudo ejecutada con despiadada crueldad.
En su mensaje radiofónico navideño de 1942, Pío XII, con la voz quebrada por la emoción, deploraba la situación de “centenares de miles de personas, que, sin culpa alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o raza, están destinadas a la muerte o a un progresivo deterioro”. Fue el mismo Pío XII quien por entonces impartió ordenes para que se diera refugio y alimento a los hebreos en parroquias, conventos y monasterios, empezando por el Vaticano y la residencia veraniega de Castelgandolfo. Según el historiador judío Joseph Lichten, en septiembre de 1943, el Pontífice llegó a ofrecer bienes del Vaticano como rescate de hebreos apresados por los nazis. No es extraño por tanto que los judíos en Italia consiguieran una tasa de supervivencia mucho más elevada que en otros países ocupados por los ejércitos alemanes.
Fuera de Italia la Iglesia trabajó para salvar al pueblo de Israel a través de sus representaciones diplomáticas -las nunciaturas- y con numerosas iniciativas que partían de diferentes obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Esta tarea de rescate fue menos difícil en los países aliados de Alemania.
En Hungría, la Santa Sede presionó todo lo que pudo al regente, el almirante Horty, para que suspendiese la deportación de hebreos que le requería Hitler.
En la Francia de Vichy (régimen colaboracionista con Alemania) destacó el ejemplo del arzobispo de Toulouse, Jules Gérard Saliège, quien asistió a los hebreos internados en los campos del sudoeste galo y llegó a formar, con la ayuda de un judío de la Resistencia, una red judía clandestina para dar refugio a niños. A Monseñor Saliège se debe una valiente carta pastoral, publicada y leída en todas las parroquias, el 23 de agosto de 1942, poco antes de que se produjese una importante redada de judíos en esa ciudad. En el documento se decía: “Estaba reservado a nuestro tiempo contemplar el triste espectáculo de niños, mujeres, hombres, padres y madres tratados como un vil rebaño, de miembros de una misma familia separados y embarcados hacia un destino desconocido. (…) Los extranjeros son hombres, son mujeres. No está permitido todo contra ellos, (…); son tan hermanos nuestros como los demás. Un cristiano no puede olvidarlo”. El texto tuvo una enorme divulgación en toda Francia y ayudó a concienciar a muchos franceses hasta entonces apáticos frente a la persecución de la que eran víctimas los judíos. En la misma línea de Mons. Saliège, el obispo de Montauban, Mons. Théas, publicó otra carta en la que se leía: “Proclamo que todos los hombres, arios o no, son hermanos, (…). Y que las actuales medidas antisemitas son un desprecio de la dignidad humana, una violación de los derechos más sagrados de la persona y de la familia”. Asimismo, fue memorable el ejemplo del obispo de Niza, Mons. Rémond, que instaló en su residencia episcopal una red clandestina para salvar niños.
Son varios los historiadores serios que estiman en cientos de miles los judíos salvados en la Europa ocupada gracias a la Iglesia católica, entre ellos el hebreo Pinchas Lapide quien, en su libro Roma y los judíos, calcula el número entre 700.000 y 860.000 (7).
Pese a todo, desde hace tiempo se viene divulgando la idea de que el Vaticano fue, cuando menos, tibio en su denuncia del Holocausto. Al respecto, es preciso aclarar que Pío XII meditó mucho sobre la posibilidad de publicar una declaración donde abiertamente se denunciara la tragedia que estaba viviendo el pueblo de Israel. Si, finalmente, el Papa descartó esta opción lo hizo en buena medida aleccionado por la experiencia: Hitler no acostumbraba a responder positivamente a las denuncias. En Holanda (1942), cuando los obispos católicos alzaron con fuerza su voz condenando las deportaciones de judíos, el mando alemán respondió redoblando las redadas -al terminar la guerra la comunidad judía holandesa resultó ser de las más castigadas- y enviando a los campos de concentración a los católicos de origen hebreo. Pío XII comprendió que una solemne denuncia podía acarrear represalias contra los católicos, provocar nuevas crueldades contra los judíos y comprometer los esfuerzos que se estaban llevando a cabo para salvar el mayor número posible de vidas. En consecuencia, el Papa eligió una estrategia más discreta pero mucho más eficaz, que fue totalmente apoyada por las organizaciones humanitarias judías. A las mismas conclusiones llegaron la Cruz Roja o los gobiernos de Gran Bretaña y EEUU, renunciando a declaraciones que provocaran males mayores.
Al término de la guerra, finalizado el Holocausto, fueron numerosos e importantes los gestos y palabras de gratitud a la Iglesia católica por su ayuda al pueblo de Israel. Así, en 1945, Pío XII recibió el agradecimiento público del gran rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, quien bendijo al Papa “por sus esfuerzos para salvar vidas judías durante la ocupación nazi de Italia”, y del Congreso Judío Mundial, cuyo secretario general, Kubowitzki, visitó el Vaticano. Por su parte, el gran rabino de Roma, Israel Zolli, movido por la actitud del Pontífice durante la guerra, se convirtió al catolicismo, tomando como nuevo nombre en el Bautismo el de Eugenio en honor a Pío XII (Eugenio Pacelli). Además, a la muerte del Papa (1958), Golda Meir, ministra de Exteriores de Israel, manifestó públicamente su sentido pesar por aquella pérdida y envió un elocuente mensaje: “Cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó en favor de las víctimas”. Otro judío mundialmente conocido, Albert Einstein, impresionado por la labor de la Iglesia católica en Alemania -Einstein era alemán- escribió en The Tablet de Londres: “Sólo la Iglesia se pronunció claramente contra la campaña hitleriana que suprimía la libertad. Hasta entonces, la Iglesia nunca había llamado mi atención, pero hoy expreso mi admiración y mi profundo aprecio por esta Iglesia que, sola, tuvo el valor de luchar por las libertades morales y espirituales”.

4. El origen de una leyenda negra.
Sin embargo, este ambiente de reconocimiento generalizado cambió en los años 60, divulgándose desde entonces y hasta hoy una auténtica leyenda negra sobre las relaciones de la Iglesia con el nazismo.
Recientemente, un antiguo espía de la KGB, Mihai Pacepa, ha desvelado en la revista National Review Online que él participó en una campaña, aprobada por el dirigente soviético Nikita Kruschev, en 1960, para destruir la autoridad moral del Vaticano. Según su testimonio, el principal objetivo de aquel complot era presentar a Pío XII, ante la opinión pública, como un antisemita simpatizante de Hitler. Pacepa asegura que la KGB promovió una obra de teatro, El Vicario, en la que se vinculaba al Pontífice con el Führer.
Sea o no verdad lo publicado por el mencionado ex agente comunista, lo cierto es que en 1963 se estrenó en Alemania El Vicario, de Rolf Hochhuth, obra en la que se retrata al Papa Pacelli como un hombre frío que no adoptó medidas ni expresó una clara posición contra el Holocausto. Un año más tarde la obra de Hochhuth fue llevada a los escenarios de Nueva York y posteriormente traducida a veinte idiomas, pasándose a convertir con el tiempo en la referencia obligada para un alubión de artículos y libros en los que se ha ido desarrollando y engordando -en ocasiones hasta extremos ridículos- la mencionada leyenda negra en torno a las relaciones de la Iglesia y el Papa con el nacionalsocialismo. Uno de los últimos y destacados capítulos de este culebrón -que periódicamente es actualizado por diferentes medios- fue la versión cinematográfica de El Vicario, dirigida por Costa Gavras, en el 2002, con el título de Amén.

*Luis Alonso Somarriba, licenciado en Filosofía y Letras (Historia),
profesor de Historia del IES. Murieras (Cantabria).
Santander, abril del 2009.

NOTAS:
(1) El 25 de marzo de 1928, el Vaticano, a través del Santo Oficio, condenaba el antisemitismo:”la Sede Apostólica condena de la manera más decidida el odio contra el pueblo, un tiempo elegido por Dios, un odio que hoy se acostumbra a llamar con el nombre de antisemitismo”, AAS XX/1928, pp. 103-104.
(2) En 1937 los católicos representaban aproximadamente 1/3 de la población alemana.
(3) Carta enviada al cardenal Carl Joseph Sculte.
(4) GRAF HUYN, Hans, Seréis como dioses. Vicios del pensamiento político y cultural del hombre de hoy. EIUNSA, Barcelona, 1991, p. 204.
(5) Ibid., pp. 204, 205.
(6) En parte, estos y otros datos fueron revelados por Pío XII en su discurso al Colegio Cardenalicio con motivo de la fiesta de San Eugenio, el 2 de junio de 1945.
(7) Citado en GRAF HUYN, Hans, op. cit., pág. 205.

BIBLIOGRAFÍA.
- BLET, Pierre: Pío XII y la Segunda Guerra Mundial en los Archivos vaticanos. Ed. San Pablo, 1999.
- GASPARI, Antonio: Los judíos, Pío XII y la leyenda negra. Ed. Planeta, 1999.
- TREVOR-ROPER, Hugh: Las conversaciones privadas de Hitler, 1941-1944. Ed. Crítica, Barcelona, 2004.