martes, 24 de junio de 2008

La educación sexual de los hijos


Nadie pone en duda hoy día la necesidad de la educación de la sexualidad. Pero el modo de entenderla depende de la concepción antropológica de la que prtimos. No es lo mismo, por ejemplo, una educación sexual dirigida a la promoción del llamado "sexo seguro" que la que se imparte dentro de un contexto de la integración de la sexualidad en las potencias superiores del alma. Por eso en los últimos tiempos han surgido protestas de padres ante algunos programas de educación sexual impartidos a sus hijos en la escuela. En 1995 el Consejo Pontificio para la Familia ofrecía algunos puntos de referencia para orientar a los padres católicos en esta materia que nos gustaría ahora recordar.


El documento "Sexualidad humana: verdad y significado", pretende ofrecer una guía para que los padres puedan acometer esa tarea con un criterio doctrinal seguro. Su responsabilidad es especialmente importante en una sociedad que trivializa el sexo y "no sabe comprender de modo adecuado lo que son verdaderamente la entrega de las personas en el matrimonio, el amor responsable al servicio de la paternidad y de la maternidad, la auténtica grandeza de la generación y educación".

Creado para amar
La mitad del documento está dedicado a recordar las ideas fundamentales de la antropología cristiana, que son la base para enfocar la educación en la castidad. Esta virtud "no hay que entenderla como una actitud represiva sino, al contrario, como la transparencia y la custodia, al mismo tiempo, de un don recibido, precioso y rico: el del amor, en vista de la donación de sí que se realiza en la vocación específica de cada uno" (n. 4).

El hombre, en cuanto imagen de Dios, está creado para amar. "La persona es capaz de un tipo de amor superior: no el de la concupiscencia, que ve sólo objetos en los que satisfacer los propios apetitos, sino el de amistad y entrega, en grado de reconocer y amar a las personas por sí mismas. Es un amor capaz de generosidad, a semejanza del amor de Dios; se quiere al otro porque se lo reconoce digno de ser amado" (n. 9).
"Nadie puede dar lo que no posee: si la persona no es dueña de sí misma -por medio de las virtudes y, concretamente, de la castidad- carece de aquella autoposesión que la hace capaz de donarse. La castidad es la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y de la agresividad. En la medida en que en el hombre se debilita la castidad, su amor se hace progresivamente egoísta, es decir satisfacción de un deseo de placer y no ya un don de sí" (n. 16).

Un camino alegre y exigente
"La sexualidad no es algo puramente biológico sino que se refiere al núcleo íntimo de la persona. El uso de la sexualidad como donación tiene su verdad y alcanza su pleno significado cuando es expresión de la donación personal del hombre y de la mujer hasta la muerte.
Sin embargo, este amor, como la vida toda de la persona, está expuesto a la fragilidad causada por el pecado original y se ve afectado, en muchos contextos socio-culturales, por condicionamientos negativos y a veces desviantes y traumáticos.

No obstante, la redención del Señor ha hecho que la práctica positiva de la castidad sea posible y motivo de alegría, tanto para los que tienen la vocación al matrimonio -ya sea antes, durante la preparación, que después, a lo largo del arco de la vida conyugal-, como para los que han recibido el don de una llamada especial" (n. 3). "La formación en la castidad, en el marco de la educación del joven a la realización y al don de sí, implica la colaboración prioritaria de los padres también en la formación de otras virtudes como la templanza, la fortaleza, la prudencia. La castidad como virtud no puede existir sin capacidad de renuncia, de sacrificio, de espera" (n. 5).

La familia, escuela de humanidad
"Los padres, que han donado la vida y la han acogido en un clima de amor, cuentan con la riqueza de un potencial educativo que nadie posee: conocen de modo único a los propios hijos en su irrepetible singularidad y, por experiencia, poseen los secretos y los recurso del verdadero amor" (n. 7).

"Es necesario hacer notar que la educación a la castidad es inseparable del esfuerzo por cultivar todas las demás virtudes y, de modo particular, el amor cristiano, (...) la caridad. También son importantes aquellas virtudes que la tradición cristiana ha llamado las hermanas pequeñas de la castidad (modestia, actitud de sacrificar los propios caprichos, etc.) alimentadas por la fe y la vida de oración" (n. 55).

"En estrecha conexión con el pudor y la modestia, que son una espontánea defensa de la persona, que rechaza ser vista y tratada como objeto de placer en vez de ser respetada y amada por sí misma, se debe considerar el respeto de la intimidad" (n. 57). La educación de los hijos a la castidad tiende a tres objetivos fundamentales:

- Conservar en la familia un clima positivo de amor, de virtud y de respeto de los dones de Dios, especialmente del don de la vida.
- Ayudar gradualmente a los hijos a comprender el valor de la sexualidad y de la castidad, sosteniendo su crecimiento por medio del ejemplo, del consejo y de la oración.
- Ayudarles a comprender y a descubrir su propia vocación personal, al matrimonio o al celibato, en el respeto de sus actitudes y dones del Espíritu Santo.

"Gran parte de la formación en familia es indirecta, está encarnada en un clima de amabilidad y ternura, porque surge de la presencia y del ejemplo de los padres cuando su amor es puro y generoso" (n. 149).

"Mediante esta remota formación en familia, los adolescentes y los jóvenes aprenden a vivir la sexualidad en la dimensión personal, rechazando toda separación de la sexualidad del amor -entendido como donación de sí- y del amor esponsal de la familia. El respeto de los padres hacia la vida y hacia el misterio de la procreación evitará al niño o al joven la falsa idea que las dos dimensiones del acto conyugal, unitiva y procreativa, se puedan separar al propio arbitrio. La familia es reconocida así como parte inseparable de la vocación al matrimonio" (n. 32).

Responsabilidades de los padres
Esta propuesta educativa se debe enfrentar hoy con una cultura empapada de positivismo, el cual tiene entre sus efectos el agnosticismo, en el campo teórico, y el utilitarismo en el campo práctico y ético. "El utilitarismo es una civilización basada en producir y disfrutar; una civilización de las "cosas" y no de las "personas"; una civilización en la que las personas se usan como si fueran cosas... Para convencerse de ello, basta examinar ciertos programas de educación sexual introducidos en las escuelas, a menudo contra el parecer y las mismas protestas de muchos padres" (n. 24). Es de gran importancia, pues, que "los padres sean conscientes de sus derechos y deberes, en particular de cara a un Estado y a una escuela que tienden a asumir la iniciativa en el campo de la educación sexual" (n. 42).

La tarea de los padres encuentra hoy una dificultad particular también por la difusión de la pornografía, inspirada en criterios comerciales que deforman la sensibilidad de los adolescentes. Ante ello, "es necesario, por parte de los padres, una doble acción: una educación preventiva y crítica en relación a los hijos, y una acción de valiente denuncia ante la autoridad. Los padres, aisladamente o en grupo, tienen el derecho y el deber de promover el bien de sus hijos y de exigir de la autoridad leyes de prevención y represión de la explotación de la sensibilidad de los niños y adolescentes" (n. 45).

Cuatro criterios
"La familia es el mejor ambiente para llevar a cabo la obligación de asegurar una gradual educación a la vida sexual. La familia posee una carga afectiva adecuada para hacer asimilar sin traumas incluso las realidades más delicadas, e integrarlas armónicamente en una personalidad rica y equilibrada. Esta tarea primaria de la familia comporta para los padres el derecho a que no se obligue a sus hijos a asistir en el colegio a cursos sobre esta materia que estén en desacuerdo con sus propias convicciones" (n. 64). El documento resume en cuatro principios los criterios que los padres deben tener presentes en esta tarea:

1. Cada niño es una persona única e irrepetible, y debe recibir una información individualizada. El proceso de maduración de cada niño como persona es diverso. La experiencia demuestra que este diálogo se desarrolla mejor cuando el padre lo hace con los chicos y la madre con las chicas (nn. 65-67).
2. La dimensión moral debe formar parte siempre de sus explicaciones. Se debe insistir en el valor positivo de la castidad y en su capacidad de generar amor hacia las personas, pues éste es su aspecto moral más radical e importante: sólo quien sabe ser casto, sabrá amar en el matrimonio o en el celibato.
Es importante que los juicios de rechazo moral de ciertas actitudes contrarias a la dignidad de la persona y a la castidad se justifiquen con motivaciones adecuadas, válidas y convincentes tanto en el plano racional como en el de la fe, de modo que los hijos no los perciban erróneamente como fruto del miedo de sus padres hacia ciertas consecuencias sociales o de reputación pública (nn. 68-69).
3. La formación en la castidad y las oportunas informaciones sobre la sexualidad se deben proporcionar dentro del contexto más amplio de la educación para el amor. Es necesaria también una ayuda constante para que crezca la vida espiritual de los hijos, con el fin de que el desarrollo biológico y las pulsiones que comienzan a experimentar se encuentren siempre acompañadas por un creciente amor a Dios y de una conciencia cada vez mayor de la dignidad de cada persona humana y de su cuerpo. El objetivo de la labor educadora de los padres es transmitir a sus hijos la convicción de que la castidad en el propio estado de vida no sólo es posible sino que es fuente de alegría (nn. 70-75).
4. Los padres deben impartir esta información con delicadeza extrema, pero de modo claro y en el momento oportuno. Deben tratar el asunto entre ellos, y pedir luces al Señor para que sus palabras no sean ni excesivas ni demasiado pocas. Ofrecer demasiados detalles a los niños es contraproducente, lo mismo que retrasar excesivamente esas conversaciones: toda persona tiene una natural curiosidad, y antes o después se hace preguntas, sobre todo en una sociedad en la que se puede ver demasiado, incluso por la calle (nn. 75-76).

Educación sexual
El documento hace hincapié en la recomendación de que los padres sean conscientes y ejerzan su propia función educativa, que es un derecho-deber primario. De ahí se deduce que cualquier acción educativa hacia sus hijos, ejercida por personas ajenas a la familia, deba contar con la autorización de los padres y se deba plantear como apoyo, no como sustitución. Este principio general tiene especial importancia en lo referido a la educación sexual. "En el caso de que los padres sean ayudados por otros en la educación de los propios hijos al amor, se recomienda que se informen de modo exacto de los contenidos y modalidades con que se imparte esa educación suplementaria" (n. 115). "Se recomienda que se respete el derecho del niño y del joven a retirarse de cualquier forma de instrucción sexual impartida fuera de su hogar" (n. 120). El documento señala cuatro principios prácticos que hay que tener presentes en este terreno:

1. La sexualidad humana se debe presentar según la enseñanza doctrinal y moral de la Iglesia, teniendo siempre en cuenta los efectos del pecado original. Se debe formar la conciencia de modo claro y preciso. La moral cristiana enseña no sólo a evitar el pecado sino a crecer en las virtudes (nn. 122-123).
2. Se deben presentar a los niños y a los jóvenes las informaciones proporcionadas a cada fase de su desarrollo individual (nn. 124-125). Varios parágrafos del documento (nn. 77-111) están dedicados a la descripción de las principales fases del desarrollo: los años de la inocencia, la pubertad, la adolescencia y hacia la madurez, con algunas sugerencias para cada edad.
3. No se debe presentar a los niños y a los jóvenes de cualquier edad, ni individualmente ni en grupo, ningún material de carácter erótico. Se trata de ofrecer una instrucción positiva y prudente, clara y delicada (n. 126)
4. No se puede invitar a nadie, y mucho menos obligarlo, a actuar de modo que pueda ofender objetivamente la modestia o que subjetivamente pueda dañar la propia delicadeza o el sentido de la privacidad (n. 127).

Ayuda complementaria
Por todo lo dicho se deduce que el método normal y fundamental de educación sexual "es el diálogo personal entre padres e hijos, es decir la formación individual en el ámbito de la familia". Sin embargo, cuando los padres piden ayuda a otros, existen varios métodos útiles que podrían recomendarse (n. 129):
- Los padres pueden reunirse con otros matrimonios, preparados en la educación al amor, para adquirir experiencia.
- Los padres pueden participar con sus propios hijos en sesiones dirigidas por personas expertas, de plena confianza
- En ciertas situaciones, los padres pueden confiar a otra persona una parte de esta educación, si existen cuestiones que requieren una competencia o atención pastoral particular.
- La catequesis sobre la moral la pueden impartir otras personas de confianza. Esa catequesis no debe comprender los aspectos más íntimos, que se deben abordar en familia.
- La formación religiosa de los propios padres les ayuda a profundizar en la comprensión de la comunidad de vida y amor que es su propio matrimonio y a comunicar mejor con sus hijos.

Métodos rechazables
Es evidente que, con frecuencia, los métodos de educación sexual que se proponen en las escuelas o en otros ámbitos no respetan esa sensibilidad. Los padres deben estar alerta ante la posibilidad de que se imparta a sus hijos una educación inmoral por medio de métodos con las siguientes características:
- Educación sexual secularizada y antinatalista. Es la visión difundida por grandes organizaciones internacionales que promueven el aborto, la esterilización y la contracepción.
- Con el pretexto de promover el "sexo seguro", sobre todo a raíz de la difusión del SIDA, se comete el abuso de ofrecer a los niños, incluso gráficamente, todos los detalles más íntimos de las relaciones genitales.
- Indiferencia hacia la ley moral objetiva, incitando a los jóvenes a seguir sus criterios subjetivos.
- Inclusión de esta idea de la sexualidad en el contexto de otras materias, con lo que hace más difícil su control por parte de los padres. Este sistema se usa especialmente para difundir la mentalidad del control de la natalidad.

lunes, 16 de junio de 2008

El concepto de vocación

A la hora de definir el proyecto de vida tiene mucha influencia en la conciencia de cualquier hombre los modelos de vida que cabe percibir en la cultura en la que nos encontramos. La imagen del héroe que aparece en la literatura o en el cine, la imagen del hombre triunfador que difunden los “mass media”, constituye una fuente de modelos o proyectos de existencia que ejercer una influencia no pequeña en los individuos. En este sentido los líderes ejercen una gran influencia en cada ámbito social.

Los medios de comunicación presentan constantemente propuestas que pretender convertirse en modelos de existencia imitables: en proyectos de vida para todos. En la actualidad se requieren modelos de conducta atractivos que despierte en muchos hombres los altos ideales hacia los que orientar la vida: prototipos humanos cuya fuerza persuasiva estribe sobre todo en una fuerte carga estética capaz de entusiasmar a las jóvenes generaciones humanas.

En la cultura actual se entiende por «vocación personal» aquel conjunto de aspiraciones que el sujeto descubre en su interior que le llevan a desarrollar sus más nobles energías en la promoción propia y del bien común.
No es utópico pensar que el gobierno en una empresa deba velar al mismo tiempo por el bien propio de la empresa como tal, el de empresario, el de los empleados y el de los clientes. El gobierno de la empresa consiste en el arte de distribuir con equilibrio y justicia las cargas que cada cual debe sostener así como los beneficios que merece percibir. La empresa bien llevada logra que al final todos salgan ganando.

Plantear el proyecto personal como «vocación» significa discernir en las motivaciones que pueden inspirar el proyecto de vida una cierta voz que nos llama y alienta desde lo más profundo de nuestro ser hacia el bien común. El concepto de «vocación» reclama incluir el sentido de la solidaridad como un deber fundamental de la vida personal, a la vez que permite superar una visión egoísta e insolidaria del «proyecto personal».

Para la antropología cristiana el concepto de vocación es clave para entender la persona humana. El hombre es ante todo un ser llamado por Dios para realizar una misión en el mundo. Cada hombre viene al mundo con una vocación divina. Se trata de una misión que consiste en colaborar de alguna manera en la construcción del Reino de Dios en el mundo. La vocación cristiana exige integrar el propio proyecto de vida en el gran proyecto divino de la Creación según el modelo de Jesucristo.
El concepto cristiano de vocación sitúa el proyecto de vida en el contexto trascendente de la existencia humana. La existencia humana alcanza su fundamento más sólido y su sentido más alto gracias al concepto de vocación divina. El proyecto de vida puede alcanzar su sentido trascendente más amplio cuando atiende a la vocación divina.

Sentido de los compromisos

El proyecto de vida comprende un conjunto de aspectos: gustos personales, libertad, sentido de responsabilidad y solidaridad, sentido religioso de la existencia, realización personal... Poco a poco vamos percibiendo con más claridad la importancia del valor del «compromiso» que subyace en un verdadero proyecto personal.
Un verdadero proyecto humano incluye el sentido moral profundo de la existencia humana. Hasta tal punto es así que cabe decir que un verdadero proyecto humano reclama un auténtico compromiso personal en relación a uno mismo, a Dios y a los demás hombres.
La consecución de cualquier proyecto requiere establecer ciertos compromisos con uno mismo y con otras personas. Si me propongo llevar a cabo un determinado proyecto profesional debo comprometerme a realizar un conjunto de tareas y someterme a un determinado plan de trabajo. Si mi proyecto profesional se integra en un programa en equipo con otras personas debo comprometerme con esas personas para cumplir lo pactado y confiar que los demás también lo cumplan. Si las partes integrantes son fieles se lograrán alcanzar los objetivos previamente marcados.
La estabilidad es un factor de calidad. Gracias a la estabilidad se logra la promoción del trabajador, la calidad de trabajo, el bien de la empresa. Por esto es muy importante la constancia, la estabilidad, la perseverancia para culminar los proyectos, llevarlos a término y adquirir madurez y consolidar la calidad de la actividad y del trabajador.
Hay proyectos humanos que sólo se pueden alcanzar por la colaboración estable de un grupo más o menos numeroso de personas que desempeñen con fidelidad los compromisos adquiridos. Un hospital —por poner un ejemplo— crea la expectativa de ofrecer medios sanitarios a un conjunto de enfermos. Esa entidad logrará sus objetivos sólo si las personas contratadas cumplen los compromisos adquiridos con esa entidad. La eficacia depende de esto.
Un compromiso es la promesa de colaboración estable con otras personas en la consecución de un conjunto de beneficios personales y sociales. Podemos definir el concepto «empresa» —en sentido genérico— como aquella institución resultante de la asociación de un conjunto de personas aunadas en el desempeño de una serie de actividades dirigidas a la consecución del objetivo buscado.

Toda empresa consta de personas, fines y actividades. Pero lo más importante de una empresa es el espíritu que aúna a las personas integrantes: el espíritu de compromiso con los ideales y objetivos de la empresa. Se dice que una empresa está sana o verdaderamente viva cuando las personas integrantes se encuentran vinculadas establemente entre sí por un verdadero espíritu de compromiso con la empresa.
La realización social de la persona se verifica en el cumplimiento de compromisos en proyectos valiosos y estables. La libertad humana es la facultad personal que posibilita la determinación y consecución de compromisos. La libertad está destinada a la constitución de compromisos. La libertad alcanza su pleno sentido cuando sirve a la consecución de proyectos humanos que contribuyen a la realización de la persona.
No hay que tener miedo a comprometerse. Sin compromisos la persona no puede realizarse como tal ni puede concebirse sociedad alguna.
En la película "La vida es bella" un padre de familia asume el papel de hacer feliz a los miembros de su familia en unas circunstancias muy difíciles. De esta manera lleva a cabo la vocación personal a la que se siente llamado.

En la película "La habitación de Marwin" se escucha a la protagonista decir "he sido muy feliz porque he amado mucho". Con ese comentario esta mujer manifiesta haber encontrado el sentido de su vida en la atención a su padre enfermo.
Las relaciones humanas se basan en compromisos estables, en la confianza mutua en el empeño por cumplir los compromisos adquiridos.
Ante el peligro de caer en una existencia individualista atomizada espacio-temporalmente, los compromisos ligan a los hombres entre sí y pueden otorgar un sentido global a la existencia y su más noble valor y trascendencia. Las relaciones humanas más importantes y necesarias se basan y verifican por la asunción y cumplimiento de compromisos de futuro estables.
La sociedad se edifica sobre la base de un conjunto de compromisos asumidos libremente destinados a la construcción de una hábitat social que permita el crecimiento y desarrollo de cada ser humano y de la familia humana en su conjunto. La sociedad se basa en la confianza mutua; en el acuerdo mutuo de atender y no traicionar las expectativas de los demás.

La hora de embarcarse en un gran proyecto. A lo largo de la vida aparecen momentos especiales en los que surge la posibilidad de embarcarse en un nuevo proyecto. Nos encontramos como el viajero que se halla en el puerto y se plantea la duda de si tomar un determinado barco que le conducirá hacia un puerto atractivo pero al mismo tiempo un tanto incierto y arriesgado.
En la vida surgen ocasiones en las que podemos disponer del presente y del futuro como un todo e invertir ese todo en la realización de un proyecto que nos parece tan atractivo e interesante que merece la pena afrontar los riesgos y sacrificios que conlleva.
La aparición de un compromiso en un gran proyecto pone de manifiesto de una manera muy significativa el poder y la grandeza de la libertad humana. Situaciones de este tipo permiten descubrir un sentido profundo de la existencia humana. Se experimenta que la vida es libertad, y la libertad proporciona la posibilidad de llenar la vida de sentido. La vida adquiere de esta manera una dimensión y unos horizontes antes insospechados.
El ser de una persona se conmensura con los propios ideales morales: aquello por lo que vive, lucha, trabaja, se esfuerza... aquello que alegra el corazón, aquello por lo que un hombre sueña, por lo que se levanta por la mañana, por lo que está dispuesto al sacrificio, por lo que está dispuesto a dar la propia vida. Los ideales marcan la dimensión de la existencia humana.

La elaboración del proyecto de la vida

Señalamos algunas sugerencias para la elaboración del proyecto de vida:

A) Magnanimidad.- Es propio de un espíritu joven y magnánimo soñar con ideales grandes, ver la vida llena de posibilidades y desear trabajar con ilusión en proyectos ambiciosos. Conviene alentar esos proyectos, alimentar iniciativas, encender la ilusión de emprender grandes proyectos en la vida.
En un segundo momento habrá que estudiar la viabilidad, la posibilidad de llevarlos a cabo, los medios que habrá que arbitrar, las energías que habrá que invertir, el tiempo de ejecución... Ya habrá tiempo de ejercitarse en la constancia y en la superación de dificultades. Lo que ahora interesa es saber soñar. Quien no sueña con metas altas pierde algo fundamental de la vida. Quienes se afanan por apagar iniciativas, los agoreros de malos presagios, deberían aprender a callar y no anestesiar la vitalidad del espíritu humano.

B) Proyectos compartidos y solidarios.- El proyecto de vida debe ser un proyecto compartido con otros. Dice un proverbio africano: «para llegar rápido ve tu solo, para llegar lejos vamos todos juntos». La persona sola no puede llegar lejos. La colaboración es la clave para el progreso y perfeccionamiento humano. Un verdadero proyecto humano debe ser solidario. Debe ofrecer una contribución al bien común.
En este sentido la constitución de un matrimonio y de una familia significa ordinariamente el mejor modo de contribuir al bien social; pues nada hay más social que contribuir al nacimiento y desarrollo de una vida humana. La familia representa ordinariamente el contenido principal de un proyecto de vida.

C) La concreción del proyecto.- La concreción del proyecto es una tarea difícil pero tan necesaria como lo es para un Estado moderno contar con una Constitución o Carta Magna. Cada persona necesita definir de la manera más clara posible el marco en el que desea encuadrar la existencia. Solo así la vida logra afianzarse sobre unos cimientos firmes y deja de vagar por derroteros inciertos, sin rumbo propio, a merced de los vientos predominantes, al dictado de hombres que tratan de manipular e imponer su dominio sobre los demás.
El proyecto ha de determinar los principales valores humanos que se desean encarnar. Consciente de los rasgos del propio carácter, la persona debe perfilar las cualidades humanas que desea incorporar a su modo de ser. El proyecto marcará un tono de vida abierto a los demás, comunicativo, acogedor, amable, sereno, sencillo, sincero, fuerte, exigente, justo... Ha de ser cada uno quien determine la personalidad que desea adquirir con el paso de los años y decidir libremente quien desea ser.

D) La revisión del rumbo.- La vida exige —como cualquier navegación— una permanente revisión de la localización y rumbo de la propia nave. Cada hombre debe recordar con frecuencia sus ideales, profundizar en ellos, consolidarlos, renovarlos y ratificar el empeño por alcanzarlos.

E) La perseverancia ante las dificultades.- Nos acecha siempre el peligro de la dejadez, la rutina, la inercia. Es preciso mantener joven el espíritu renovando la firmeza de los propios ideales y la ilusión por crecer y desarrollar las propias capacidades. La persona debe luchar por su realización hasta el final de su existencia. El proyecto personal nunca está realizado del todo.

lunes, 9 de junio de 2008

Realizar un proyecto de vida

Me convence el concepto que utiliza Gonzalo Beneytez al entender la libertad como una experiencia de poder. El poder que se nos ha dado, en primer lugar para configurar nuestra propia vida. El gran reto consiste en saber invertir bien el tiempo, las energías, las capacidades personales que uno dispone. El problema consiste en elegir bien los objetivos que deseamos alcanzar y definir correctamente el estilo de vida que nos gustaría cultivar. ¿Qué hago con mi libertad? ¿A dónde voy? De esto trata este artículo del citado autor.

Todo hombre se pregunta en un determinado momento de la vida: ¿qué quiero hacer con mi vida?, ¿qué espero recibir y qué pretendo aportar al mundo, a la sociedad, a los demás?, ¿qué rastro quiero dejar con mi existencia?, ¿qué clase de persona quiero ser?

En la película "La fortuna de vivir" aparece una escena en la que una madre de familia cuida a su hija enferma. Esta mujer no cesa de quejarse y protestar, está siempre malhumorada y maltratando a los demás. En una ocasión una hija de seis años le pregunta:
—"mamá: ¿por qué te empeñas en ser mala?
La madre se queda pensativa y le responde:
—"no lo sé, hija mía".

A veces nos sucede que no sabemos por qué nos comportamos de una determinada manera. No hemos acabado de plantearnos seriamente qué tipo de persona deseamos ser. Nos falta determinar mejor el propio proyecto de vida.

¿Qué quieres ser de mayor? Este es el gran interrogante que todos nos hemos hecho desde pequeños. Es la pregunta por el contenido fundamental de nuestro proyecto de vida.

Un ejemplo simplificado de proyecto de vida podría enunciarse de la siguiente manera: «Seré arquitecto, me casaré con una chica muy guapa, viviremos en una casa con jardín a las afueras de la ciudad. Tendremos un coche todoterreno para ir toda la familia de pesca los fines de semana. Viajaremos con frecuencia, procuraremos estar muy unidos, tendré muchos amigos y haré mucha vida social. No me perderé ningún partido de liga de mi equipo preferido y además...». Todos soñamos con un determinado estilo de vida, y procuramos poco a poco definirlo y realizarlo en la medida de nuestras posibilidades.

El problema del sentido de la vida

El proyecto de vida está relacionado con el problema del sentido de la vida. El proyecto de vida debe dar una respuesta satisfactoria al problema del sentido de la vida. Tarde o temprano todos hemos de enfrentarnos con el problema más importante y profundo de la vida: la búsqueda del sentido de la existencia. Necesitamos dilucidar las razones últimas, los motivos determinantes por los que trabajar, luchar y sufrir.

Me decía un amigo: «yo necesito saber por qué me levanto cada mañana». Es verdad, necesitamos saber a dónde vamos y en definitiva el tipo de persona que queremos ser. Y es que en esta vida uno persevera en la lucha por conseguir objetivos ambiciosos sólo cuanto tenemos unas convicciones fuertes por lograr aquello que nos hemos planteado.

El proyecto de vida no se limita a la determinación de un conjunto de actividades que me auto-impongo realizar: ser médico, casarme, formar una familia, viajar, divertirme con amigos... Es eso; pero es mucho más. Es además el modo de vivir, el modo de relacionarme con los demás, es la ética que deseo inspire mi conducta, es el estilo de vida, la clase de persona que deseo llegar a ser. El problema del sentido de la vida remite al problema de la verdad. La grandeza de la existencia humana estriba en la capacidad de conocer la verdad y de obrar y vivir según la verdad conocida.

El estilo de vida refleja de alguna manera las convicciones personales de cada hombre. Quien tiene una idea pobre de sí mismo en cuanto persona, llevará a cabo un proyecto humano pobre. Una concepción acertada sobre el hombre conduce a un estilo de vida capaz de alcanzar una verdadera realización humana. Cada biografía pone de manifiesto las convicciones de fondo de una determinada persona. La vida es al fin y al cabo el "campo de prueba" de las ideas de cada persona.

Factores fundamentales del proyecto de vida

a) Los gustos y aficiones personales. A la hora de atisbar el proyecto de vida se han de valorar, como es natural, las propias capacidades, gustos o aficiones personales hacia los que uno se siente más inclinado: el arte, la producción industrial, el comercio, la gestión empresarial, las relaciones sociales... Todo eso va definiendo un tipo de actividad, una profesión, un estilo de vida.
La orientación profesional de los padres, la influencia de los profesores, las experiencias de amigos... va alumbrando un conjunto de posibilidades más o menos atractivas e interesantes. Algunas se ven lejanas o demasiado ambiciosas. Poco a poco las nieblas del futuro se van disipando y aparecen proyectos cada vez más asequibles, atinados, adecuados a las propias capacidades.

b) La coyuntura social. Junto a los gustos personales juega un papel importante la coyuntura social. Determinadas circunstancias familiares —invalidez de algún familiar, una crisis económica, por citar unos ejemplos— pueden obligar a iniciar una determinada actividad profesional antes de lo deseado para mantener económicamente a la familia, dejando de lado la formación profesional.

La coyuntura social puede condicionar mucho el tipo de vida de las personas. Piénsese por ejemplo en aquellos que viven en países en guerra, con recursos económicos escasísimos, en penuria, con hambre, sin libertad, en una dictadura, con un gobierno corrupto, con un sistema educativo, académico o universitario muy deficiente.

Otras veces la coyuntura socio-económica propicia la dedicación profesional a una determinada área: pensemos en quienes viven en zonas donde prima una actividad industrial determinada: fábricas de textiles por ejemplo. No hay duda que la demanda social propicia que muchos trabajadores se dediquen a aquello que les ofrece con más facilidad medios de subsistencia independientemente de sus preferencias.
Las circunstancias sociales pueden repercutir decisivamente en el tipo de actividad profesional que tomemos. El ambiente cultural donde vivimos suele influir notablemente en nuestro estilo de vida —en las aficiones, modos de divertirse, en la vida familiar—, y en nuestras ideas: principios cívicos, valores morales, creencias religiosas... En la actualidad la vida social se ha diversificado notablemente: la sociedad se ha hecho pluricultural. En un mismo hábitat social conviven personas de credos, culturas, lenguas, razas y estilos de vida diversísimos.

Con todo se tiende a imponer modas o estilos de vida predominantes. Tenemos el peligro de que el individuo quede sumergido en un tipo de vida estandarizado y la existencia se diluya en una corriente dominante en la que todo parece estar pensado y organizado desde instancias superiores.

Ante la globalización hemos de salvaguardar la libertad del individuo, de la persona humana entendida como sujeto autónomo de decisiones, capaz de protagonizar su propia vida con una actitud crítica ante la coyuntura social presente y el patrimonio cultural heredado, capaz de discernir los valores y advertir las deficiencias morales.

Es preciso que cada hombre adopte una postura personal ante la coyuntura social y cultural en la que vive. Esto es precisamente el proyecto de vida personal. Es la determinación de los principales objetivos que se desean alcanzar en la vida, del estilo de vida y el modo de conseguir la propia realización personal.

viernes, 6 de junio de 2008

Desde el relativismo es imposible educar

Si educar es trasmitir unos valores, si se trata de enseñar a las nuevas generaciones, por ejemplo, que el respeto al prójimo es necesario y la injusticia intolerable, el relativismo es el principal obstáculo para la educación. Según explicó el profesor de Antropología Pedagógica de la Universidad Complutense de Madrid José María Barrio, en el Primer Congreso Internacional de Educación Católica no se puede educar desde el nihilismo. Se trata de responder a uno de los mayores problemas que afronta el mundo de la enseñanza actualmente, y que es, según Barrio, el desánimo cada vez mayor de los profesores. «Ese malestar docente tiene algo que ver con la angustiosa sensación de desarme intelectual y moral que muchos colegas experimentan ante el nihilismo banal actual», afirmó, según leemos en Zenit.

«Con el relativismo escéptico no es posible educar. Sólo se puede educar desde una concepción ideal de cuál es la mejor manera de ejercer como persona humana, o por lo menos alguna mejor que otras. Únicamente desde la convicción, evidentemente no escéptica, de que un ideal de humanidad merece ser transmitido, cobra sentido decirlo e intentar vivirlo, es decir, profesarlo». La crisis de la educación es doble: por un lado, en los profesores cunde «el desaliento al verse abocados a tener que dar referencias de sentido en el contexto del sinsentido», mientras que entre los alumnos, «el nihilismo posmoderno y postilustrado se lleva por delante oleadas de personas jóvenes, dejándolas sin apenas recursos morales y vitales para afrontar el futuro con esperanza».

Este nihilismo actual, según Barrio, «no es agresivo como antaño, sino que se desglosa en propuestas suaves e inocuas como el “pensamiento débil” (Vattimo), “la realidad como broma y juego” (Derrida), la “prioridad de la democracia sobre la filosofía” (Rorty), etc.; propuestas éstas que son bien acogidas en la sociedad del bienestar, caracterizada por el escrupuloso celo en evitar todo tipo de aristas».
Barrio definió esta sociedad del bienestar como «una sociedad anestesiada contra todo conflicto a base de domesticar el discurso mediante la multiplicación exponencial de los protocolos de corrección política, ética y académica».

«La nuestra es una sociedad de la desvinculación y el descompromiso que, amorfa e invertebrada, reproduce cada vez más aquella decadencia que espantaba a Nietzsche. Y esto contra todo pronóstico, pues una posmodernidad sedienta de la tranquilidad del redil es precisamente la que se reclama heredera de Nietzsche, el gran transgresor».

«El relativismo al que esta postura aboca supone una capitulación del pensamiento. Con el relativismo escéptico y nihilista no es posible vivir humanamente, y menos aún educar», afirmó.

Buscar la verdad

Ante esto, propone una vuelta al principio socrático de búsqueda de la verdad: «La verdad es el bien propiamente humano, el que más puede satisfacer y plenificar al animal racional (homo sapiens). Y a la inversa, vivir sin verdad es la peor desgracia, mucho peor que vivir sólo a medias, como siglos más tarde dirá Tomás de Aquino que les pasa a los seres animados no cognoscentes. Pero que la verdad sea ese bien humano de mayor categoría y que el hombre sea capaz de verdad, de hecho significa que la verdad siempre puede enriquecerle porque nunca termina de abrazarla por completo».

«Esta actitud socrática de buscar la verdad -modestamente pero decisión- unida al cultivo de la interioridad, ha proporcionado a Europa sus mejores logros de humanismo. El socratismo también ha transmitido a Occidente una peculiar percepción de la verdad práctica, una verdad que no sólo se conoce, sino que se dice y se vive». Hoy existe, según Barrio, un «desprestigio cultural de la noción de verdad -incluso el rechazo que en no pocos ambientes intelectuales y académicos».

El profesor afirma que esa actitud es impracticable en la vida real: «Hace poco vi por la calle el anuncio de una serie televisiva sobre un fiscal norteamericano sin escrúpulos, cuyo lema era: “La verdad es relativa; escoge la que mejor te funcione”. Quien piensa eso, y quien actúa y vive como si eso fuera así -a saber, que no hay nada fijo y estable- es alguien que normalmente consideramos poco de fiar. Sin embargo, dicho lema podría figurar hoy en el ideario -incluso educativo- de muchas personas o sistemas políticos muy respetables, bien instalados en la corrección ética, política y académica. Pero en el fondo es la mejor tarjeta de presentación para ingresar en una banda mafiosa, o la acreditación más eficaz para formar parte de un régimen totalitario».

Ante esto es necesario, según Barrio, «subrayar la necesidad de reponer la razón en el lugar destacado que en la educación le corresponde. Y más en concreto el valor teórico y práctico de la razón, por encima de su valor instrumental. En otras palabras, se trata de restituir a la razón su competencia para decir algo acerca de la verdad y del bien, y no cercenar su horizonte reduciéndolo al de la utilidad, el dominio y el poder».

«Los excesos del racionalismo y los grandes relatos del idealismo, que con toda justicia desdeña la sensibilidad posmoderna, no se curan con el arrumbamiento nihilista de la razón, que sólo puede fraguar “almas de paja”. Tampoco cabe suponer que la verdad ya no tiene interés en democracia. Si el valor es lo que acuerda valorar la mayoría y si la justicia es el interés del grupo, vivir supondrá estar permanentemente en vilo», añadió.

«Los niños tienen como por instinto la necesidad de distinguir entre lo verdadero y lo engañoso, lo que es un constructo o una ficción, hasta dónde llega la broma y dónde comienza lo serio. Ese tipo de límites, que la sociedad adulta tiene cada vez más desdibujados, sin embargo los niños los reclaman y exigen, y los adolescentes aún más», afirmó.

«La realidad siempre compromete, y la gente joven es muy dada al compromiso, a veces en formas poco razonables. Si todos los caminos humanos son igualmente válidos -lo cual significa lo mismo que decir que son igualmente falsos- de ahí lo único que puede salir es la perplejidad, no la decisión de optar por uno de ellos. El gran reto actual de la educación es devolverle al lenguaje la posibilidad de decir algo serio sobre qué es el hombre, cuál el sentido de la vida y cómo puede vivirse una vida lograda y plena».
«Recuperar esa conversación esencial de la humanidad, y retornarle a la razón voz para aducir y contrastar argumentos en ella, es precisamente lo que el nihilismo escéptico trata de hacer imposible. Pero fuera de esa conversación la educación carece de sentido».

miércoles, 4 de junio de 2008

El velo pintado

De vez en cuando, pocas veces al año, pare ser sinceros, uno lee un libro, ve una película, o escucha una canción que le llegan al fondo del alma. Y es que el arte tiene ese poder: hacernos vivir con especial intensidad y lucidez aspectos concretos de la vida humana. Esto es más o menos lo que he sentido al ver “El velo pintado” (John Curran, 2006). Me gustaría hablar largo y tendido de ella, pero no puedo hacerlo aquí si no es resumiendo. Podría aplicarse a este film las palabras de Virgilio que cita Benedicto XVI en su primera Encíclica: “Omnia vincit amor” (el amor todo lo vence), y añade: “et nos cedamos amore”, rindámonos también nosotros al amor (Bucólicas, X). Claro que todo depende de lo que entendamos por amor, y en esta película se nos da una magnífica explicación de lo que es y lo que no es amor.

Me limitaré por el momento a citar gran parte de un excelente artículo de Ramiro Pelletero, Profesor de Teología en la Universidad de Navarra, pero prometo profundizar en el tema:

Esta película se basa en una novela que tiene el mismo título: “El velo pintado”, escrita por Somerset Maugham en 1925. Tras la portada de la novela aparece una frase misteriosa: “…El velo pintado al que quienes viven llaman Vida”. Pues bien, esa frase, que da el título al libro, pertenece a un soneto del poeta romántico inglés P.B. Shelley (1792-1822). En el soneto se dice que tras el velo de las apariencias, la vida no esconde amor, sino sólo miedo y oscuridad. Pero en la novela de Maugham, tras el velo de la vida y del amor se puede descubrir un horizonte más profundo y cristiano. Esta novela se llevó al cine primero en 1934 (protagonizada por Greta Garbo) y por segunda vez en nuestros días.

Enfoquemos ahora la figura de Kitty, tal como se presenta y se desarrolla en la película. Ella lucha durante largo tiempo por arrancarse el velo que la encierra dentro de sí. Lo consigue cuando va descubriendo que puede ser útil a los que sufren. Al contacto con el dolor, el amor entre los esposos se purifica, también con el testimonio de las religiosas católicas que cuidan de los enfermos en nombre del Evangelio. Kitty aparece así como una nueva Verónica (=verdadero rostro), la mujer que en la devoción cristiana del viacrucis interviene (aunque no se cita en el Evangelio) para enjugar el rostro doliente del Nazareno, y recibe a cambio la imagen de la Santa Faz en su lienzo. Emilia Pardo Bazán recreó esta figura de Berenice en un hermoso relato.

Kitty vence las meras conveniencias sociales (los respetos humanos) y se vence a sí misma para darse a los demás. Al abrir sus compuertas, ese corazón desvela su anhelo más profundo. “Da la cara” y en el velo de su vida queda impreso el “Rostro” del amor. En ella se cumple a la letra lo que Benedicto XVI explica en su primera encíclica: que en la perspectiva cristiana, el eros, sin destruirse, se transforma por el sacrificio en “ágape” y se diviniza, poniéndose a la altura del único Redentor; pues él ha redimido, de una vez por todas, el sentido del auténtico amor humano, especialmente el amor matrimonial.

John Henry Newman se fijaba en la sencillez del gesto de Verónica, que ayudó a Jesús con lo que podía en su situación. Romano Guardini descubre, en ese humilde servicio, el rostro regio, noble y libre del amor: dueño de sí, se libera del egoísmo y se hace capaz de ser útil a los demás, de aliviarles y consolarles, animarles y ayudarles. Para Urs von Balthasar, ese gesto representa la actitud fundamental del cristiano: porque lleva la imagen de Cristo en su corazón, es capaz de reconocerlo en sus hermanos que sufren.

Josemaría Escrivá dice que cuando un cristiano acepta a Jesús, nada puede detenerle: ni los respetos humanos, ni las pasiones, ni la soberbia, ni la soledad. Y Ernestina de Champourcin desea, a base de contemplar el rostro de Cristo, inundarse de su luz y su victoria.

Pocas semanas antes de ser elegido Papa, Joseph Ratzinger describe así a Verónica-Berenice: “En el rostro humano, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad, que nos acompaña también en el dolor más profundo”, y es que “sólo el amor nos permite reconocer a Dios, que es el amor mismo”. Casi treinta años antes, Karol Wojtyla había interpretado el gesto de Verónica evocando la parábola del juicio final, cuando muchos preguntarán: “Señor, ¿cuándo hemos hecho todo esto?” Y Jesús responderá: “Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis”. Por eso el Salvador imprimió sobre el lienzo su imagen, “como hace sobre todo acto de caridad”. Al traspasar el milenio, Juan Pablo II volvería sobre el mensaje del velo de Verónica: “Todo gesto de verdadero amor hacia el prójimo aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo”. Cristianos auténticos, como Teresa de Calcuta y Dorothy Day, fueron en nuestro tiempo Verónica, verdadero icono de la osadía cristiana.