domingo, 3 de febrero de 2008

La dignidad de la persona humana

"Quizás una de las más vistosas debilidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes. Cómo se explica esta paradoja? Podemos decir que es la paradoja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser -el absoluto- y puesto así frente a la peor reducción del mismo ser".
Juan Pablo II


Juan Pablo II señaló la clave del orden social que la Iglesia propone en su verdad antropológica esencial: el hombre es imagen de Dios, y por eso, irreeductible a una simple parcela de la naturaleza, o a un elemento anónimo de la ciudad humana. Es urgente proclamar al mundo esta "verdad sobre el hombre", clave del orden social, frente a instituciones y prácticas sociales que se fundan en una antropología reductiva del hombre, presentándolo como mera "unidad económica". La relación histórica entre cada doctrina sobre el hombre, cada doctrina social y cada tipo de sociedad humana es una relación evidente de siglo en siglo. Para mejor comprender la dignidad de la persona humana es preciso centrarse en una cuestón fundamental de la antropología cristiana: el hombre como imagen de Dios.


El hombre, imagen de Dios. Así lo expresa el Concilio Vaticano II: "Las Sagradas Escrituras enseñan que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", capaz de conocer y amar a su Creador, puesto por El como señor de todas las criaturas de la tierra, para mandar en ellas y usarlas dando gloria a Dios" (Concilio Vaticano II, “Gaudium et Spes”, n. 12). Penetrando con el pensamiento el conjunto de la descripción del libro del Génesis (2,18-25), e interpretando a la luz de la verdad sobre la imagen y semejanza de Dios (Gen 1,26-27), podemos comprender mejor en qué consiste el carácter personal del ser humano. Es decir, el hombre como imagen de Dios es una persona (Cfr. Juan Pablo, Laborem exercens, n. 6).

En efecto, cada hombre es imagen de Dios como criatura racional y libre. La condición radical de criatura, que afecta al hombre y al universo entero en su más íntima constitu¬ción ontológica, está en la base misma de todo orden social.

El hombre es un ser social. Dios no creó al hombre sólo: desde el primer momento los creó macho y hembra (Gen 1,27), de cuya unión hizo la primera expresión de una comunidad de personas. El hombe, es, por su propia naturaleza, un ser social, y sin las relaciones con los demás ni puede vivir, ni puede desarrollar sus cualidades. De manera que "no puede existir 'solo'; puede existir solamente como 'unidad de los dos', y, por tanto, en relación con otra persona humana. Se trata de una relación reciproca del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre. "Ser persona a imagen y semejanza de Dios, comporta también existir en relación al otro 'yo'. Esto es preludio de la definitiva autorrevelación de Dios Uno y Trino" (Cfr. Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, n. 7).

El hombre es un ser corpóreo. La corporeidad es constitutiva y esencial al hombre en su existencia histórica, y también, misteriosamente, en la gloria de la resurrección. En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador. No debe, por tanto, despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día.

Esta certeza sitúa a la Iglesia más allá de todo "espiritualismo"; da un profundo realismo a su doctrina social, temática¬mente enfrentada a las necesidades del cuerpo humano, a los derechos y deberes que le onciernen, a los bienes materiales, etc. Es lícito, por tanto hablar de un materialismo cristia¬no, según la conocida expresión de nuestro Padre, que se opone audazmente a los materialis¬mos cerrados al espíritu (san Josemaría Escrivá, Amar al mundo apasionadamente, n. 114).

El hombre, animal racional. "El hombre no se equivoca -afirma el Concilio Vaticano II- cuando se ve superior a las cosas corporales y no se considera a sí mismo solamente como una pequeña parte de la naturaleza, o como un elemento anónimo de la ciudad humana. Gracias a su interioridad, sobrepuja al mundo de las cosas, y es capaz de llegar a esas profundidades cuando se vuelve hacia su corazón, donde le espera Dios, que sondea los corazones, y donde él mismo, bajo la mirada de Dios, decide su propia suerte. Al afirmar, por tanto, en sí mismo la espirituali¬dad e inmortalidad de su alma, no es el hombre juguete de un espejismo ilusorio provocado solamente por las condiciones físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad más profunda de la realidad. Tiene razón el hombre, participante de la luz de la inteligencia divina, cuando afirma que es superior al universo material" (Gaudium et spes, nn. 14-15). Son muchas las verdades sociales -económicas y políticas- que se fundan en la inmaterialidad de la inteligencia humana y en la interioridad de su conciencia. Así, por ejemplo, la primacía del sujeto humano sobre las estructuras sociales; es el hombre quien forja las instituciones.

El hombre, ser libre y dotado de conciencia moral. El atributo de la libertad sigue necesariamente a la naturaleza intelectiva del hombre. El hombre no puede orientarse hacia el bien si no es libremente. La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina del hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión, para que así busque espontáneamente a su Creador, y adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfec¬ción. Aunque la libertad ontológica del ser humano y sus libertades civiles no sean en modo alguno la misma cosa, sin embargo estas últimas tienen su fundamento radical en aquélla, y de una y otra vale el principio de que no existe libertad alguna sin su correlativa responsabilidad moral. En otros términos, es algo intrínseco al sujeto libre al estar gobernado por normas morales.

Las leyes morales -y entre ellas las que gobiernan la convivencia social- no son una imposición extrínseca ni menos una limitación de la libertad. Se confunde en nuestros días con demasiada frecuencia la libertad como pura licencia para hacer cualquier cosa; confusión que, en su amoralidad, suele ir aliada con diversas formas de positivismo jurídico, y que, al desconocer la norma moral intrínseca de nuestros actos, limita su regulación a las solas leyes positivas de la autoridad civil. Pero éstas no serían verdaderes leyes si no tuvieran como fundamento la ley moral natural.

"En lo más profundo de su conciencia decubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto y evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo" (Gaudium et spes, 16).


A causa de su dignidad personal, la criatura humana es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser considerado y tratado. En realidad, el misterio del no se ilumina verdaderamente sino en el misterio del Verbo Encarnado. La condición del hombre como persona está tan ligada a su origen divino y semejanza con Dios, que históricamente el concepto mismo de persona ingresó por la vía de la revelación bíblica en nuestra cultura y civilización; es un concepto que lleva la indeleble señal cristiana en su origen. Esta idea aparece constantemente en los textos de los documentos del Magisterio de la Iglesia, nos limitamos a recoger un expresivo texto de Juan Pablo II en la Redemptor hominis n, 13: "Aquí se trata, por lo tanto, del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. No se trata del hombre 'abstracto', sino real; del hombre 'concreto', 'histórico'. Se trata de 'cada' hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, por medio de este misterio".

El hombre, única criatura que Dios ha querido por sí misma (Gaudium es Spes, 22). A estas palabras del documento conciliar, comenta Juan Pablo II: "El hombre como tal ha sido 'querido' por Dios, tal como El lo ha 'elegido' eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente 'cada' hombre, el hombre 'más concreto', el 'más real'; éste es el hombre, en toda su plenitud del misterio del que se ha hecho partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta desde el momento en que es concebido en el seno de la madre" (Redemptor hominis, n. 13). La importancia social de esta verdad -el hombre es persona- es enorme, porque sólo desde ella se comprende plenamente el ser social del hombre, la sociedad misma, y los derechos y deberes de la persona en sociedad. Dios ha querido al hombre en sí mismo, y al mundo "para" el hombre, y al hombre "para" Sí: "Todas las cosas son vuestras (...), y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" (1 Cor 3,21-23).

La igualdad de todos los hombres. "La dignidad personal es el bien 'más precioso' que el hombre posee, gracias al cual supera en valor a todo el mundo material. Las palabras De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si después pierdede Jesús: 'su alma?' (Mc 8,36) contienen una luminosa y estimulante afirmación antropológica: el hombre vale no por lo que 'tiene' -aunque poseyera el mundo entero!-, sino por lo que 'es'. No cuentan, por tanto, los bienes de la tierra, cuanto el bien de la persona, el bien que es la persona misma (...) La dignidad personal constitu¬ye el fundamento de la igualdad de todos los hombres entre sí" (Juan Pablo II, Christifideles laici, n. 37). Y también la dignidad de la persona humana es fundamento de la participación y solidaridad de los hombres entre sí: el diálogo y la comunicación radican, en última instancia, en lo que los hombres "son", antes y mucho más que en lo que ellos "tienen". Y concluye Juan Pablo II en el mismo texto: "La dignidad personal es propiedad indestructible de todo ser humano. Es fundamental captar todo el penetrante vigor de esta afirmación, que se basa en la unicidad y en la irrepetibilidad de cada persona".

Los derechos humanos. Una última consideración. El efectivo reconoci¬miento de la dignidad personal de todo ser humano exige el respeto, la defensa y la promoción de los derechos de la persona humana. Se trata de derechos naturales, universales e inviolables. Nadie, ni la persona singular, ni el grupo, ni la autoridad, ni el Estado pueden modificarlos y mucho menos eliminarlos, porque tales derechos provienen de Dios mismo.

1 comentario:

Te vi pasar dijo...

Hablar de la "dignidad humana " en nuestro tiempo, es un discurso casí sin sentido, pues el concepto mismo se ha diluido en cantidad de pareceres subjetivistas enarbolando ciertos derechos que apologizan al individuo sobre la responsabilidad que se tiene con los otros. El yo- soy contemporáneo, deja la sensación de esta reducción en donde en aras del concepto mismo en donde el individuo es la medada de todas las cosas. Esto significa que el principio de dignidad como valor inalienable del ser humano y condición para serlo, indepedneintemente de las circusntancias sociales, culturales étnicas, religiosas y demas,esta sometido al arribismo capitalsta, consumista, hedonista, propio de quien vivfe para sí, negando la condición humana del otro, sobre todo de los más pobres de nuestra sociedad. Podría afirmar que el concepto mismo, igual que tantos hombre y mujeres de América Latina sufre de abandono. Por eso en nuestro tiempo indigna la injusticia social, la trata de blancas, el narcotráfico, la eutanasia, la politiquería, etc. mustra patente de que en la época de mayor ilustración,de los avances científicos y tecnológicos, son precisamente los atropellos contra la dignidad humana lo que más indigna. Esta altura y honor que es propio de cada hombre del planeta por ser digno, por ser humano,por su racionalidad y espiritualidad, por su individualidad y sociabilidad, por ser participe de la historia de la humanidad en la medida que la hace en su habitad, en su entorno, en la relación con quienes le son cercanos, es hoy desconoida porque se le degrada a objeto, a medio, para otros fines, desconociendo que su humanidad desde donde se le mire es el fin, pues su rostro llama y convova al amor para si y los demás como lo dice Levinas "somos desde el rostro del otro" que bien podría entenderse "nuestra dignidad se sella desde la dignidad con la que trato al otro" Se comprende asi el misterio de la redención de Jesucristo "para que los ciegos vean,los cojos anden, los leprosos queden limpios" Recordarle a una persona su dignidad es anunciarle que Dios lo ama desde su ser, a fin de que reconstruido desde su esencia entre en el mundo y en la historia de otra manera.
Gracias por permitirme expresarme. Soy un educador y es precisamente ésta una de mis grandes preocupaciones

Ernesto Blandón Rey - Medellín - Colombia.